Sólo en algunas ocasiones decisivas se produjeron enfrentamientos entre extensas coaliciones que respondían nítidamente a la división religiosa.
La cristianización fue muy temprana en determinadas zonas de Hispania, y se generalizó desde el siglo IV (véase historia del cristianismo en España).
Máximo (uno de los líderes militares que reclamaba la dignidad imperial, y era considerado usurpador por sus adversarios –tyranicus exactor lo llama el obispo Hidacio–) pactó la incorporación de estos pueblos a su ejército como auxiliares (mediante un tratado o foedus), y los hizo cruzar los Pirineos.
[14]Los visigodos (un pueblo germánico más romanizado que los anteriores, tras siglos de presencia dentro del Imperio), se instalaron por su propia iniciativa en la Tarraconense.
La desaparición final del Imperio de Occidente (476) no tuvo ninguna consecuencia ya para las antiguas provincias.
[15] Esa estrategia era compatible con su mantenimiento como élite dominante rígidamente separada (se mantenían en su versión arriana del cristianismo y no se consentían los matrimonios con la población local), pero obligaba a dejar amplias zonas poco controladas: no sólo el reino suevo de Braga (que se mantenía independiente), sino también la cordillera Cantábrica (poblada por comunidades locales poco romanizadas –ástures, cántabros, váscones–), la Bética y la Lusitania (dominadas por la aristocracia hispanorromana local, que protagonizó frecuentes sublevaciones –Sevilla, Córdoba, Mérida–).
El arte visigodo, especialmente su arquitectura y su orfebrería,[17] destacó entre las rudas manifestaciones artísticas de la época en Occidente.
En puntos estratégicos las autoridades musulmanas mantuvieron algunas guarniciones militares (cuya principal finalidad era asegurar el cobro de las rentas).
Tras ser rechazados en la costa cantábrica (por Ramiro I de Asturias), bordearon la fachada atlántica, saquearon Lisboa y remontaron el Guadalquivir hasta Sevilla.
Abderramán II se vio obligado a desviar las tropas de la marca superior para vencerlos.
También cuenta Asbag lo siguiente: Estábamos un día en su casa, yo y su secretario Abenhosn, cuando se presentó un almotacén trayendo un hombre que olía a vino.
Al oír eso pintóse en la cara del juez la repugnancia y el disgusto que esto le causaba, e inmediatamente me dijo a mí: — Huélelo tú.
[32] Es imposible precisar el grado que alcanzó la alfabetización, pero sin duda fue muy superior al de otras zonas.
La ciudad de León fue saqueada cuatro veces, pero también se vieron afectadas Pamplona o Barcelona, llegando hasta Narbona.
La estructura económica, basada inicialmente en la ganadería extensiva, incorpora la estabulación y un peso cada vez mayor de la agricultura, hasta convertirse en la actividad principal.
Totalmente mítica, aunque ambientada en la histórica relación que mantuvieron Alfonso II y Carlomagno, es la historia de Bernardo del Carpio.
La personalidad independiente de esta región se fundamentaba en su condición fronteriza, en varios frentes: musulmanes del Ebro y de la Meseta –que desde Tudela o Medinaceli, respectivamente, lanzaban frecuentes razzias– y cristianos navarros (con los que los castellanos se disputaban la Rioja o Álava).
Su desarrollo fue mucho más modesto que el del reino astur-leonés, dado que, a diferencia de este, estaban restringidos por la vecindad del reino franco al norte y de la Marca Superior de al-Ándalus (el valle del Ebro, mucho más cercano a Navarra, Aragón o Cataluña que la Marca Media –Toledo– a Asturias) al sur.
[cita requerida] Se produjo una expansión territorial del reino hacia el valle del Ebro (Rioja) y las actuales provincias de Guipúzcoa y Álava, espacios que se ocuparon a veces en colaboración y a veces en competencia o abierta hostilidad con el reino de León (o con el condado de Castilla cuando este se hizo independiente).
[55] La colonización de las tierras conquistadas se realizó inicialmente por hombres libres (presura en los núcleos occidentales, aprisio en los orientales).
Tal división inauguró la utilización del título de "reino" para las dos entidades con mayor proyección posterior: Castilla y Aragón, que también, a la postre, cercenarían con su empuje la expansión reconquistadora navarra.
Los siglos XI al XIII (que en distintas periodizaciones historiográficas se consideran como los primeros de la Baja Edad Media o bien una época diferenciada denominada Plena Edad Media) significaron en la península ibérica un periodo de alternativas en el equilibrio entre cristianos y musulmanes.
Mucho antes (finales del siglo X y comienzos del siglo XI), los romances meridionales o mozárabes dejaron testimonio en las jarchas (partes de composiciones poéticas más extensas, en árabe hispánico, donde se usan frases en lengua mozárabe como recurso literario), escritas por andalusíes musulmanes o judíos, en caracteres árabes.
El romance oriental o catalán se extendió por Valencia (valenciano), Mallorca (mallorquín) y, más tarde, en parte de Cerdeña (alguerés).
E disse el-rei logo: «Ide alá, Don Vela, desfiade e mostrade por min esta razón: se quiseren, por cambio do reino de León, Non avie otras rendas nin otras furçiones, Fuera quanto labraba, esto poccas sazones, Tenie en su alzado bien poccos pepiones.
La arquitectura española del gótico inicial y pleno se caracterizó por un menor interés en la altura que en las catedrales francesas, llegando al extremo en la Corona de Aragón, donde fue la línea horizontal la predominante.
La alianza anglo-portuguesa (1373) demostró tener una extraordinaria proyección (se ha prolongado, bajo distintas formas, hasta el día de hoy).
Una particular importancia adquirieron los elementos decorativos, no sólo en la cantería, sino en el arte mueble (rejerías, sillerías,[74] etc.).
La arquitectura española, además de seguir la moda neogótica internacional, aportó como característica propia el neomudéjar.
En algún caso se adaptaron obras anteriores, como la novela Amaya o los vascos en el siglo VIII (de Francisco Navarro Villoslada).