[8] Según Joan-Ferran Cabestany, «la política de Alfonso el Casto fue justamente un último intento, nos parece, de conseguir un nuevo hinterland en la Provenza, y dominar así toda la zona geográfica que separaba las dos grandes estructuras estatales que se perfilaban, Castilla y Francia.
Firmó con su sobrino, el rey castellano Alfonso VIII, el tratado de Cazola en 1179, pero años más tarde y mediante el tratado de Huesca (1191), se alió con los monarcas de León, Portugal y Navarra contra la hegemonía castellana.
[17] Pero lo cierto es que como rey todos los documentos los firmó con el nombre de Alfonso.
[18] Luis Suárez Fernández considera que su propósito fue hacer honor a Alfonso el Batallador, tío de Petronila, y señalar así la continuidad dinástica.
Las negociaciones del conocido como Tratado de Ágreda las debió comenzar Ramón Berenguer IV y estaba firmado por delegación de los dos monarcas, ya que es probable que ninguno estuviera presente —conviene recordar que Alfonso solo tenía cinco años de edad—.
A su esposa Petronila el condado de Besalú y el castillo de Ribes, para que viviera allí —«lo que no debió gustarle», según Jordi Ventura—[37].
[39] En la asamblea también se dio a conocer que en el testamento el rey Enrique II de Inglaterra había sido designado como tutor de todos sus hijos.
[46] Por su parte Percy Ernst Schramm ha señalado que la donación de Petronila de 1164 «por razones legales, no habría sido necesaria, ya que su marido había dejado su reino directamente a los hijos y a ella solo le había asignado la viudedad... Es evidente que los aragoneses lo aprovecharon para dejar asentado el hecho de que, desde que Ramiro II volvió al monasterio, la soberana de Aragón había sido Petronila, y por eso ella, y no su marido, traspasaba el reino al hijo».
Según la Gesta comitum barchinonensium quien ejerció la regencia durante los dos primeros años fue Ramón Berenguer III de Provenza, sobrino de Ramón Berenguer («lo qual comte R. Berenguer governà los ditos regne e comtats molt bé e profitosament II anys»: 'el cual conde R. Berenguer gobernó los dichos reino y condados muy bien y provechosamente dos años').
Son los que figuran en los documentos hasta las fechas de las muertes respectivas, 1173 y 1175».
[56] Por otro lado, Anaïs Waag ha afirmado que el documento fechado en febrero de 1163 en el que aparece el signum de Petronila como testigo, «podría sugerir que Petronila estuvo involucrada en la regencia de Alfonso, tal como afirmaba Zurita», durante los dos primeros años.
[43] Sin embargo, Jordi Ventura ya descartó a Petronila como tutora tanto por su situación (tenía que hacerse cargo de cuatro hijos pequeños más) como por la «costumbre aragonesa», a lo que añadió «el interés que tuvieron los nobles aragoneses —y no los catalanes, subrayémoslo— en apartar a la reina madre Petronila de los asuntos de estado y a hacer que el pequeño rey se pusiese nominalmente al cargo del gobierno [todos los documentos fueron otorgados por él, y no por ningún consejo de regencia o tutor], mientras que los miembros de su corte, de todas las tierras de sus dominios o influencia, dirigían su política».
[67][71] En 1172 se realizó una incursión en la taifa de Valencia tras conocer que el 27 de marzo había muerto el famoso «rey Lobo», Muhámmad ibn Mardanís, a quien había sucedido su hijo Hilal, mientras que el gobierno de Valencia continuaba en manos del hermano del «rey Lobo» Yusuf.
La numerosa hueste encabezada por Alfonso sitió Valencia y consiguió que Yusuf, a cambio de levantar el cerco, duplicara el tributo que venía pagando y se comprometiera a apoyar el ataque contra los musulmanes de la taifa de Murcia.
En cuanto al resto de los dominios en litigio se acordó mantener el statu quo.
Los cónsules de la ciudad salieron a su encuentro y le propusieron un pacto que Alfonso aceptó.
Alfonso acudió inmediatamente y nombró como nuevo conde de Provenza —Ramón Berenguer IV había muerto sin descendencia— a su otro hermano Sancho.
Juntos fueron a vengar el asesinato y en junio cercaron y arrasaron el castillo de Murviel, degollando a todos los residentes que pudieron apresar.
[80] Un enviado del rey de Francia le escribió: «Solo encuentro villas consumidas por el fuego y casas arruinadas; los peligros que me envuelven me hacen siempre presente la imagen de la muerte».
[81] A principios de 1185, en plena guerra con el condado de Tolosa, Alfonso destituyó a su hermano Sancho como conde Provenza y retomó la plena soberanía del mismo.
[83] Su hermano Sancho no recibió un castigo demasiado duro y conservó el condado de Cerdaña, aunque en la Gesta comitum barchinonensium se dice que «nunca lo quiso y nunca volvió a darle una porción de su reino».
Así, cuando este sitió Carcasona tuvo que levantar el cerco para hacer frente a un ejército anglo-aquitano que había invadido su condado, causando una enorme destrucción.
Según Jordi Ventura era su forma de hacer patente su indignación por «la poca importancia que el rey Alfonso le daba por sus derechos a la Provenza».
[90] Cuando murió separó los dominios occitanos de los peninsulares al legar a su hijo primogénito Pedro Aragón y Cataluña y al segundo Alfonso los condados de Provenza y de Gavaldá y el vizcondado de Millau, aunque «Pedro el Católico (1196-1213) siguió la misma política de expansión ultrapirenaica llevada a cabo por sus predecesores y consiguió que nuevos magnates ultrapirenaicos le jurasen fidelidad...
A cambio Alfonso consiguió del rey castellano la renuncia al vasallaje por el regnum Caesaraugustanum, que se había visto obligado a hacer su abuelo Ramiro II de Aragón y que su padre Ramón Berenguer IV había continuado, aunque reduciendo su alcance.
Las taifa de Valencia y de Denia le siguieron correspondiendo a él, conquista que llevaría a cabo su nieto Jaime en el siglo siguiente.
La renuncia a Murcia le mereció un juicio muy negativo al historiador catalán Ferran Soldevila, citado por José María Salrach, ya que lo consideró «un grave error político y un retroceso respecto al pacto de Tudilén...
La respuesta de este no se hizo esperar y comenzó a hostigar las fronteras con Aragón.
En el tramo final le acompañó Alfonso IX de León y tras su estancia en Compostela se dirigió al sur para encontrarse en Coimbra con el rey Sancho I de Portugal.
Pero Ventura finalmente reconoce que con esta decisión «deshizo la obra de su vida».