David ganó una del rey Melcom, toda enriquecida de piedras preciosas, que colocó después sobre su cabeza.
Estos mismos no se atrevieron a tomar coronas de oro por la aversión que tenían el senado y el pueblo romano a la monarquía, no queriendo dar estas señales a sus emperadores más que por insignias militares de honor y de virtud.
Sin embargo, es cierto que cuando los emperadores morían, el pueblo romano no les daba estas coronas, pero las toleraba en sus medallas y estatuas y cuando se ponían en el número de los dioses.
Al fin, toda esta modestia y cautela romana la mudó el abuso y la vanidad de sus emperadores, adelantándolo tanto, que no solo usaron vestidos y ornamentos reales, sino que también se atribuyeron, estando vivos, títulos divinos, que solo se les daban después de muertos.
Entre los griegos y romanos se encuentra el uso de diferentes formas de coronas, dándonos claro testimonio de ello sus historias, particularmente las ocho coronas distintas que daban por recompensa militar, teniéndose las unas en más estimación que las otras, según el motivo o causa por las que se concedían.
Aunque las coronas no sean marcas de antigua nobleza, se traen por símbolo titular y por distinción de la dignidad que pertenece a cada uno, pues ninguno por su nacimiento tiene derecho a timbrar con corona su escudo, sino los hijos primogénitos de emperadores, reyes y príncipes soberanos.
Sin embargo, está concedido este honor a los duques, marqueses, condes, etc. no por su persona ni menos por su nacimiento sino por la dignidad y jurisdicción de los estados y tierras que poseían que por ser diferente la forma de cada una, se describirán por el orden siguiente.
En muchos escudos se muestran coronas como muebles, uno de los ejemplos más conocidos son las tres coronas abiertas que se muestran en el escudo de Suecia.