[4] Durante su infancia fue cuidado por su tío Juan Martínez de Luna y por su tío abuelo el antipapa Benedicto XIII de Aviñón,[4] también conocido como el Papa Luna.
[3] Álvaro aseguró pronto una gran ascendencia sobre Juan II, entonces un niño, «hasta extremos de dependencia y sumisión que requerirían algún tipo de explicación psicoanalítica», según el historiador César Álvarez Álvarez.
[6] Esta gran influencia sobre Juan II preocupó hasta tal punto a su madre la reina regente doña Catalina de Lancáster que esta intentó alejar de la corte a Álvaro de Luna pero no lo logró pues en 1415 se convirtió en maestresala del rey.
Álvaro supo maniobrar para convertirse en una persona muy importante en la corte y para que el joven rey le tuviera en una alta consideración, lo que la superstición de la época atribuyó a un hechizo.
[1] Álvaro era también un maestro en todos los talentos que el rey admiraba: era un aceptable caballero, un habilidoso lancero, buen poeta y elegante prosista.
[11] Para conseguir este título y el patrimonio que incluía don Álvaro logró que el rey abriera un proceso amañado al condestable Ruy López Dávalos aprovechándose de su huida a Aragón por su apoyo a don Enrique.
[15] Don Álvaro fue el principal responsable de la guerra, según el historiador Jaume Vicens Vives,[16] y en el momento en que el rey Juan II vaciló proponiéndose «buscar buenamente la paz en los comienzos» le aconsejó «que acorriese a lo que era más, es a saber, a embargar la entrada de los reyes [de Aragón y de Navarra] e que enviase a él con la gente de armas que luego se pudiese haber».
Como ha señalado Jaume Vicens Vives, «la tenacidad de don Álvaro se impuso a las demandas aragonesas por la misma causa que cinco años antes, en Torre de Arciel, Castilla había claudicado ante Aragón: por la superioridad del ejército que respaldaba las negociaciones de paz».
[19] En 1431, se esforzó en emplear a los inquietos nobles en una guerra para reconquistar Granada.
Aunque hubo algunos éxitos, como la batalla de La Higueruela, era imposible una política consistente dado el carácter levantisco de los nobles y la indolencia del propio rey.
[21] A partir de su victoria en la guerra civil de 1437-1445 su poder parecía incontestable, pero solo se basaba en el afecto que le dispensaba el rey.
El día 1 de junio se le trasladó a Valladolid, donde fue juzgado y condenado en un manido juicio que no fue más que una parodia de la justicia.
A partir de este momento, y hasta su muerte, Juana firmaría todos sus documentos como «La Triste Condesa», mostrando así el lamento que le producía la ejecución de su marido.
Autores como Gregorio Marañón se han referido a la íntima amistad que unía al rey con Álvaro, y a una hipotética relación homosexual entre ambos.
[24] Álvaro de Luna escribió el libro Virtuosas e claras mujeres en defensa de las mujeres y contra el moralismo misógino de El Corbacho o Pere Torroella; este interesante texto ha sido editado por Lola Pons Rodríguez (Burgos: Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2008).