El rey navarro invadió entonces Castilla con un fuerte ejército apoyado por su hermano Alfonso V de Aragón.
Así que cuando diez días después llegaron los embajadores de Alfonso el Magnánimo a la corte castellana, situada en aquel momento en la aldea de Torresandino, poco pudieron hacer para convencer a Juan II para que volviera a lo estipulado en la Concordia de Toledo y devolviera las plazas que había ocupado.
De ahí que una nueva embajada del rey de Aragón Alfonso el Magnánimo no lograra ningún resultado a pesar de que sus miembros amenazaron al rey castellano con que podría acontecerle «massa gran molestia e congoxa» si no daba pasos hacia la reconciliación en «benivolència e fraternal afecció e caritat» con sus primos los infantes de Aragón don Enrique y don Juan.
Como ha destacado Jaume Vicens Vives, «era una maniobra arriesgada, que obligaba a un choque definitivo».
Las tropas castellanas atacaron entonces intentando repelerlos y el combate se generalizó.
La victoria fue para el bando realista gracias a que los peones castellanos lograron imponerse con sus arcos y lanzas a la caballería feudal del bando de los infantes, aunque también resultó decisivo que el infante don Enrique, el principal general de su bando, tuviera que abandonar la batalla en un momento crítico a causa de una herida que sufrió durante los combates ―«no un puntazo en la mano, como generalmente se escribe, sino un lanzazo que le atravesó la palma de la mano y toda la parte inferior del brazo», afirma el historiador Jaume Vicens Vives―.
Al día siguiente los infantes partieron en una «loca huida» para Aragón llegando a Calatayud.
[10][11] La batalla fue cruenta para su época, pues hubo 22 muertos y numerosos heridos.