Algunas fuentes retratan a Al Hakam I como un déspota sanguinario ―ordenó crucificar a todos los implicados en una conspiración contra su gobierno― y, por otro lado, decretó el aumento de los impuestos lo que provocó rebeliones contra la autoridad de los Omeyas en algunas ciudades como Mérida y Toledo.
Los amotinados se dirigieron al puente sobre el Guadalquivir que unía la ciudad con el arrabal con el objetivo de tomar el alcázar.
Solo una hábil estratagema de un cadí al servicio del emir logró salvar la situación.
Cuando estos se dieron cuenta de la maniobra abandonaron el asedio del alcázar y regresaron a Saqunda.
Como ha señalado Eduardo Manzano Moreno, «el emir era consciente del grave peligro que había corrido.