Otros historiadores, como Menéndez Pidal o Américo Castro, restaron importancia a este despoblamiento y sostenían que en el posterior avance cristiano no hubo un repoblamiento, sino una reorganización del territorio y de la población al incorporarse al reino.
Existen datos arqueológicos que prueban la existencia de una población estable en la cuenca del Duero desde la época visigoda hasta el siglo X».
Barbero y Vigil concluyeron: «la región siguió estando habitada por la antigua población, pero nunca se llegó a organizar un territorio de modo que pudiera alcanzar la cohesión necesaria como para formar una unidad política independiente».
La primera, que la despoblación «no pudo ser total» —«cuando se hayan realizado prospecciones arqueológicas abundantes se podrá comprobar que la continuidad de habitación encontrada en El Castellar (Villajimena, Palencia) no constituye una excepción»—.
En cualquier caso hubo, sin la menor duda, un importante proceso repoblador, del cual eran protagonistas ante todo gentes procedentes del otro lado de la cordillera Cantábrica, a las que se sumaron, avanzado el siglo IX, mozárabes que abandonaban al-Andalus».
Sin una estructura administrativa reconocible y sin centros de poder como monasterios o grandes dominios que centralizaran los recursos, toda esta región se presenta como una tierra de nadie, abandonada tanto por los reyes del norte como por los emires del sur...
El valle del Duero se convirtió así en una zona evitada tanto por cristianos como por musulmanes.