Durante ese periodo, los europeos se extendieron fundamentalmente por América y los espacios oceánicos.
La civilización islámica, definida por su posición geoestratégica intermedia, y principal competidora histórica de la civilización cristiana occidental, a la que disputó secularmente el espacio mediterráneo y balcánico, desarrolló distintas modalidades locales de arte islámico en las que pueden verse influencias tanto del arte occidental como del de las civilizaciones orientales.
Además de las artes plásticas, otras bellas artes como la música, las artes escénicas y la literatura tuvieron desarrollos paralelos, analogías formales y una mayor o menor coincidencia estética y, sobre todo, intelectual, ideológica y social; lo que ha permitido a la historiografía etiquetar su periodización con denominaciones similares (música del renacimiento, música barroca, música del clasicismo; literatura del renacimiento, literatura del barroco, literatura ilustrada o neoclásica, etc.) Lo mismo puede decirse de las denominadas artes menores, decorativas o industriales, que fueron un fiel reflejo del gusto artístico de determinadas épocas (como los denominados estilos Enrique II, Luis XIII, Luis XIV, Regencia, Luis XV, Luis XVI, Directorio e Imperio, convencionalmente denominados a partir de la historia del mobiliario francés[1]).
[2] El siglo XV significó una continuidad del arte gótico en la mayor parte de los países europeos.
[6] La mayor parte de la producción local, en todos los artes, tuvo una paulatina transición entre las formas góticas y las renacentistas.
En la escultura castellana, esta transición corrió a cargo del grupo formado en torno a los Egas, con Juan Guas y Sebastián de Almonacid),[7] mientras que en la corona de Aragón cumplió un papel similar Damián Forment y en Francia Michel Colombe.
Italia había desarrollado durante toda la Edad Media producciones artísticas significativamente diferenciadas del resto de Europa Occidental, que aunque se clasifican dentro del románico o del gótico, presentaran marcadas características propias, que suelen atribuirse a la pervivencia de la herencia clásica grecorromana y a los contactos con el arte bizantino (particularmente en Venecia ―arquitectura gótica veneciana―,[18] pero también en el denominado naturalismo romano ―Pietro Cavallini―[19]).
La escuela veneciana, a su vez, recibió el influjo del veronés Pisanello y el siciliano Antonello da Messina (a quien se atribuye la introducción de la técnica flamenca del óleo en Italia)[21] para desarrollar características peculiarísimas centradas en el dominio del color, visibles en Alvise Vivarini y Carlo Crivelli y que llegarán a su cima con los Bellini.
Se abre el denominado Alto Renacimiento o Renacimiento clásico:[26] Florencia (que había sufrido el furor iconoclasta de Savonarola) fue sustituida como centro artístico por Roma, bajo el mecenazgo papal, que atrajo a Bramante, Miguel Ángel y Rafael Sanzio, desarrollando el ambiciosísimo programa artístico del Vaticano (cuyo enorme coste fue una de las razones del descontento que generó la Reforma protestante), con lo que puede hablarse de una escuela florentino-romana (los citados y Fra Bartolommeo, Andrea del Sarto, Giulio Romano, Benvenuto Cellini, Baldassarre Peruzzi, Giovanni Antonio Bazzi (Il Sodoma) y otros, cuya condición de émulos eclipsados por el genio de sus maestros, a pesar de sus valores propios, les hace ser clasificados muy habitualmente como manieristas).
[27] Mientras tanto, en Venecia se desarrolló con características propias una Escuela veneciana caracterizada por el dominio del color (los Bellini, Giorgione, Tiziano).
[28] Desde el saco de Roma de 1527, el renacimiento supera su fase clasicista para experimentar con más libertad formal y menos sujeción a equilibrios y proporciones, exagerando los rasgos, introduciendo rupturas e inversiones del orden lógico, órdenes gigantes, formas dinámicas como la serpentinata, y dando paso a guiños intelectuales e iconográficos sofisticados o al humor.
[37] Los principales pintores italianos de tendencia barroca del siglo XVII fueron Caravaggio, cuya breve y escandalosa carrera inició una verdadera revolución pictórica (y a cuyo estilo se denomina a veces como caravagismo, como tenebrismo o naturalismo); seguido por il Spagnoleto José de Ribera (valenciano cuya obra se realizó íntegramente en Nápoles), Pietro da Cortona (también arquitecto) y Luca Giordano (llamado Luca fa presto por su rapidez de ejecución).
El protagonista del triunfo de las formas retorcidas del estilo barroco en la clasicista Roma (donde los académicos de San Lucas mantuvieron el dominio del gusto academicista en pintura) fue un verdadero artista completo: Bernini, que aplicó a escultura y arquitectura una nueva concepción sensitiva, casi sensual (Éxtasis de Santa Teresa, Baldaquino de San Pedro); aunque también otros como Borromini, los Maderno y los Fontana dejaron su impronta en una cada vez más deslumbrante Ciudad Eterna, confirmada como centro del arte europeo.
[38] Otras ciudades italianas desarrollaron programas más modestos, pero no menos interesantes, como el emergente Turín de los Saboya, con los edificios de Guarino Guarini, u otras como Lecce, Nápoles, Milán, Génova, Florencia y Venecia.
Francia se convirtió en la segunda mitad del siglo XVII en el centro de este movimiento clasicista, aunque Italia lo inspirara en su primera mitad (Annibale Carracci, Guido Reni, Domenichino, Guercino, Accademia di San Luca).
Al mismo tiempo, en entornos más públicos, la pintura inglesa realizaba propuestas estéticas semejantes con las conversation pieces y la pintura satírica de Hogarth (que también reflexionó teóricamente sobre La curva de la belleza predominante en el arte rococó -la serpentine, serpentinata o sigmoidea-),[51] la elegante despreocupación de los retratos y paisajes de Gainsborough; la prolongación en el tiempo del denominado alto barroco alemán descomponía los espacios interiores de las iglesias (púlpitos, altares, pilares, bóvedas) haciendo que la extravagante decoración se convirtiera en el único elemento estructural visible;[52] mientras que el churrigueresco español retorcía la fantasía barroca hasta el límite y Salzillo continuaba la tradición imaginera.
En Francia, arquitectos visionarios como Étienne-Louis Boullée y Claude-Nicolas Ledoux plantearon edificios basados en la combinación espectacular de las formas geométricas, mientras que la corriente dominante fijó un neoclasicismo más sobrio (Ange-Jacques Gabriel, Jean Chalgrin, Jacques-Germain Soufflot).
Canova y Thorvaldsen interpretan el nuevo gusto del denominado estilo imperio en una escultura neoclásica de alta perfección formal.
En muchos casos se produjo un verdadero sincretismo cultural, del mismo modo que en la religiosidad popular.
Los contactos transoceánicos de México con Filipinas (Galeón de Manila desde Acapulco) dieron origen a otro particular sincretismo detectable en algunas obras a ambos lados del Pacífico, especialmente en la cerámica, los biombos o en los cristos crucificados y otras figuras en marfil con rasgos orientales, denominados marfiles hispano filipinos, aunque algunos se hicieron en el mismo México.
La arquitectura, aunque continuó influenciada principalmente por la arquitectura bizantina en los primeros siglos de la Edad Moderna, presenció la introducción de tendencias renacentistas por artistas italianos como Aristóteles Fioravanti (1415-1486), que antes había trabajado para Matías Corvino en Hungría.
El Palacio de Topkapi (1459-1465) era comparable en suntuosidad interior a los más importantes del mundo.
La influencia del arte europeo occidental se había dejado sentir desde finales del siglo XV, cuando el pintor veneciano Gentile Bellini se desplazó a Estambul a trabajar para el sultán Mehmed II (1479).
El Imperio mogol impulsó la islamización de la India del norte, convirtiendo la mezquita en un edificio religioso competitivo con los templos hinduistas, yainas o budistas.
En el sur de la India, no sujeto al Imperio mogul, continuó la tradición artística de la India antigua, especialmente la cultura del Imperio Vijayanagara, con capital en Hampi, y otros estados rivales, como Madurai.
[cita requerida] Destacados pintores de la dinastía Ming (siglos XIV al XVII) fueron Tang Yin, Wen Zhengming, Shen Zhou, Qiu Ying, Xu Wei o Dong Qichang.
Destacados pintores del comienzo de la dinastía Qin (siglo XVIII) fueron Bada Shanren, Shitao o Jiang Tingxi.
A los siglos de la Edad Moderna correspondieron los periodos Muromachi (1336-1573), Azuchi-Momoyama (1568-1603) y Edo (1603-1868).
El sentido de servicio a la comunidad no llevó a los artistas japoneses al individualismo propio del arte occidental, y aparentemente hace pasar las más sutiles creaciones por poco más que arte decorativo.
Los jardines, formas naturales perfeccionadas por el hombre, y la caligrafía, plasmación del gesto manual en tinta sobre papel, fueron vehículo idóneo para esta particular expresividad.