Otra de las notas que caracteriza este movimiento es la nueva actitud de los arquitectos, que pasaron del anonimato del artesano a una nueva concepción de la profesionalidad, marcando en cada obra su estilo personal: se consideraban a sí mismos, y acabaron por conseguir esa consideración social, como artistas interdisciplinares y humanistas, como correspondía a la concepción integral del humanismo renacentista.
La idea de progreso del hombre —científico, espiritual, social— se hace un objetivo importante para el periodo.
La antigüedad clásica redescubierta y el humanismo surgen como una guía para la nueva visión de mundo que se manifiesta en los artistas del periodo.
Tal cultura se mostró un campo fértil para el desarrollo de la arquitectura.
La perspectiva representó una nueva forma de entender el espacio como algo universal, comprensible y controlable mediante la razón.
Entre los principales arquitectos del Renacimiento se incluyen Vignola, Alberti, Brunelleschi y Miguel Ángel.
Estas nuevas relaciones espaciales son especialmente evidentes comparadas con el espacio presente en las catedrales góticas.
Sin duda, para la creación del modelo teórico, la observación de las ruinas fue la inspiración predominante de los primeros arquitectos renacentistas italianos, pero a medida que el Renacimiento evolucionaba, los estudiosos, pasarán, sistemáticamente, de ofrecer o recuperar los cánones y obras técnicas del clasicismo a redactar sus propios tratados del estilo, que aunque basados en el clasicismo, llegan a ser efectivamente anti-clásicos.
En este sentido, los tratados sirven de modo efectivo como medios de propaganda del nuevo profesional, en oposición a la visión tradicional (que asociaba inexorablemente el arquitecto a las actividades manuales y por tanto, populares y anti-intelectuales).
Toda esta teoría se fija claramente en la ya citada obra albertiana De re aedificatoria.
No fue un edificio proyectado: su diseño y su construcción se armaron de forma paralela.
Aunque existía un plano general para su forma y distribución interna, los detalles constructivos, según era corriente en la práctica edificativa medieval, iban siendo resueltos a medida que avanzaba la construcción, en la propia obra.
Brunelleschi no tenía plena conciencia de la teoría clásica, pero reconoció un modelo estilístico que usaría para construir e idear su propia arquitectura.
Los arquitectos que siguieron este método trazado por Brunelleschi fueron sin embargo responsables de la plena recuperación del lenguaje clásico.
Bramante logró demostrar, a través de sus proyectos en palacios o iglesias, que no solo conocía las posibilidades del lenguaje clásico, sino que también entendía las características y el ambiente de su época, ya que fue capaz de aplicar el conocimiento antiguo a una forma nueva, inédita, sobresaliente y, sobre todo, clásica.
Bramante también popularizó otra forma profundamente clásica que fue desarrollada y explorada posteriormente.
En el manierismo por lo tanto se desarrolla la innovación constructiva confrontándose con la arquitectura clásica, ya plenamente conocida.
Los principales exponentes de este nuevo estilo fueron, además del citado Andrea Palladio y el núcleo veneciano, Giulio Romano (Palacio del Té, Mantua, 1534), Bartolomeo Ammannati (reforma del Palacio Pitti, 1558-1570), Antonio Sangallo el Joven (Villa Farnese, Caprarola, 1559), Vasari (Galería Uffizi, Florencia, 1560-1581), o Jacopo Vignola con la Iglesia del Gesù (1568), esta sí en Roma, sede y modelo exportado de las numerosas iglesias jesuíticas de la crecientemente influyente Compañía de Jesús, cuya fachada se debe a Giacomo della Porta (1578, que inspiró posteriormente a Carlo Maderno).
En sus obras, son constantes las referencias a los elementos compositivos clásicos, pero en forma "desconstruída" y casi irónica.
Apareció a comienzos del siglo XVI, más de medio siglo más tarde que en Italia,[3] en diferentes regiones francesas, en especial en el valle del Loira y en la Isla de Francia.
Continuó hasta principios del XVII, cuando fue sucedida por la arquitectura barroca o clasicismo francés.
Los principales protagonistas fueron los reyes Carlos VIII (r. 1483-1498), Luis XII (r. 1498-1515) y especialmente Francisco I (r. 1515-1547), que hizo llamar a numerosos artistas italianos y bajo cuyo reinado el estilo renacentista se convirtió en el estilo dominante en la corte francesa.
[7] El valle del Loira todavía conserva una densidad excepcional de castillos y casas señoriales que datan del Renacimiento o que fueron modificados de manera significativa en ese momento cuando la corte real se alojaba allí con regularidad.
Destacados arquitectos italianos estuvieron al frente de importantes proyectos en el país —Giovanni Giocondo (1496-1508), Domenico da Cortona (c. 1495-1549), Francesco Primaticcio (1532-1570), Giacomo Vignola (1541-1543) o Sebastiano Serlio (1541-1554)—, pero poco a poco los arquitectos franceses, inspirándose en las ideas nuevas, comenzaron a hacer suyo el nuevo estilo renacentista: fueron los más famosos del siglo XVI Philibert Delorme (1510-1570), Jacques Androuet du Cerceau (1510-1584) (conocido por sus notables grabados de edificios), Pierre Lescot (1515-1578) (que construyó la fachada interior suroeste de la Cour Carrée del Louvre parisino) y Jean Bullant (1515-1578).
El Renacimiento francés, en arquitectura, se considera habitualmente dividido en cuatro etapas: estilo Luis XII (ca.
En España, el Renacimiento comenzó a insertarse en las formas góticas en las últimas décadas del siglo XV.
El desarrollo del Renacimiento se produjo principalmente por arquitectos locales, aunque conectados con la tradicional relación artística hispanoflamenca.
Los conceptos arquitectónicos y urbanísticos del renacimiento español fueron llevados a las colonias españolas de América dónde encontraron campo fértil para su difusión dada la urbanización extensiva que se dio a lo largo de tres siglos y que también recibió el impacto de estilos posteriores como el Barroco y el Neoclásico.
En Inglaterra las formas del renacimiento italiano tardarán mucho más tiempo en imponerse que en España o Francia.
No fue hasta bien entrado el siglo XVII cuando se impusieron las formas clásicas, fundamentalmente a partir de la obra de Iñigo Jones (1573-1652), que había estudiado en Italia y se había visto influenciado por Palladio.