Las tribus nómadas del desierto, los beduinos, constituían un grupo social de unos 3000 miembros; dicho grupo estaba a su vez dividido en familias pero unido por la herencia de sangre, que se transmitía por vía paterna.
En cuanto a la religión, los árabes preislámicos no eran monoteístas, veneraban piedras, árboles, astros, demonios y ciertos dioses o ídolos que eran honrados en La Meca.
Muy importante y definitivo para las futuras conquistas fue el aporte humano de los beduinos.
Mahoma y sus seguidores empezaron entonces su expansión por toda la península arábiga hasta llegar al sur de Siria.
Hay una visión excéntrica del proceso (divulgada en los años 1970 y original de Ignacio Olagüe Videla La Revolución islámica en Occidente, 1966-1969), según la cual se niega que se hubiera producido una invasión (que entiende imposible debido a la escasa población árabe y la pobreza de sus medios logísticos, que no le permitirían realizar grandes operaciones militares, ya sea a través del mar o del desierto, y, aún menos, derrotar a tantos pueblos en tan poco tiempo) sino un "un clima revolucionario que permitió el brote de nuevos conceptos".
Se dieron esas circunstancias por varios motivos, unos aportados por los propios árabes y otros por el enemigo común a todos ellos.
Los árabes musulmanes contaban en su provecho con una firme convicción religiosa, una cohesión guerrera heredada del mundo tribal de que procedían, una fuerza suficiente para poder vencer, una tendencia especial a saberse mover y controlar las rutas y además, una gran habilidad para pactar con el enemigo.
Por otra parte, los invadidos ofrecían sus particulares circunstancias por las cuales la invasión pudo ser menos ardua de lo normal: Existía un agotamiento bélico y económico de los emperadores bizantinos y persas, pues habían mantenido guerras feroces entre ellos.
Como consecuencia de esas guerras, Siria (سورية), Palestina (فلسطين) y Mesopotamia se encontraban muy empobrecidas.
Con esta situación de los pueblos invadidos, la expansión pudo llevarse a cabo, aunque se dieron grandes batallas y enfrentamientos.
La pluralidad religiosa condicionó la estructura social que estuvo compuesta por tres grupos fundamentales: árabes originarios, conversos al islam (muladíes o neomusulmanes) y poblaciones protegidas.
Durante todo este tiempo de conquistas, los árabes no habían olvidado su origen tribal y seguían reagrupándose por tribus.
Comenzaron las discrepancias en torno a la fijación escrita del Corán y de las tradiciones.
En tiempos del tercer califa omeya Abd al-Malik el árabe se declaró como lengua administrativa.
Pronto pensaron que el poder debía ser hereditario, mediante la designación de un sucesor en vida del califa.
Organizaron un Consejo para salir al paso de los problemas tribales que se mantenían firmes.
Luchaban los jariyíes contra los chiitas, que fueron el elemento clave para la caída de los omeyas.
Los omeyas llevaron a cabo la segunda época de conquistas, en general con buenos resultados.
Fue además la consolidación de su fuerza y poder pues dominaron en África las mismas tierras que años antes habían estado bajo el gobierno bizantino.
Las grandes áreas regionales de esta segunda época fueron: Arabia, Siria, Egipto (مصر), Irak, Persia (Irán), Magreb y al-Ándalus, más el dominio del Mediterráneo y el Índico.
La revuelta alcanzó algunos éxitos considerables, pero finalmente Ibrahim fue capturado y murió (o fue asesinado) en prisión en 747.
Continuó la lucha su hermano Abdallah, conocido como Abu al-'Abbas as-Saffah quien, después de una victoria decisiva en el río Gran Zab en 750, aplastó a los Omeyas y fue proclamado califa.
Los problemas de fondo no cambian ni desaparecen en esta etapa, pero tampoco aumentan.
En Egipto (مصر), el régimen fatimí ejercía su desarrollo muy lejos de los últimos califas abasidas.
En cuanto a la península ibérica, el extremo noroccidental del mundo islámico, que se conocía en el mundo islámico como al-Andalus, se mantuvo con distintas fases de predominio, equilibrio o subordinación con los reinos cristianos, durante el periodo denominado Reconquista desde la perspectiva de éstos (siglos VIII al XV).
Había comenzado su despegue del oriente musulmán con un superviviente de la familia de los omeyas que se proclamó emir independiente en Córdoba, Abderramán I, y su descendiente Abderramán III, que se proclamó califa.