Claudio Coello (Madrid, 1642-1693) fue un pintor español, destacado representante del pleno barroco madrileño.
Comenzó a estudiar dibujo en el taller de Francisco Rizi, donde lo había colocado su padre para que le ayudase en su trabajo, pero viendo Rizi el aprovechamiento del joven aprendiz recomendó a su padre que le permitiese proseguir con el estudio de la pintura.
[2] En el taller de Rizi destacó por la mucha aplicación que puso en el dibujo, haciéndose para su estudio incluso con los apuntes o rasguños que el maestro descartaba, lo que se pondrá de manifiesto en la cuidadosa preparación de toda su obra posterior, en la que, en palabras de Palomino, «por mejorar un contorno daría treinta vueltas a el natural».
[3] Contaba Palomino que el maestro con frecuencia lo encontraba dibujando a deshora
Con Rizi, director de las representaciones teatrales del Coliseo del Buen Retiro, aprendió a pintar al temple y al fresco y a dominar la pintura historiada tanto como las perspectivas arquitectónicas.
[5] La primera obra firmada y fechada que se conoce, Jesús niño a la puerta del Templo (1660, Museo del Prado), obra de juventud, ajena a cuanto se hacía en Madrid, copia una pintura perdida de Jacques Blanchard, conocida por un grabado de Antoine Garnier.
[6] Solo un año posterior, Cristo servido por los ángeles (colección privada) muestra mejor algunos de los rasgos que serán característicos del pintor maduro.
[12] Según una conocida anécdota narrada por Palomino, Coello permanecía aún en casa del maestro en estos años y cuando pintó el Descubrimiento de la verdadera Cruz para el altar mayor de la primitiva parroquia de Santa Cruz, Rizi le ofreció firmar el lienzo con su nombre porque se lo pagasen mejor, pero Coello prefirió el reconocimiento público al interés económico.
Incluso después de absueltas las monjas en 1638, la caída en desgracia del conde-duque de Olivares en 1643 arrastró a Villanueva, patrono del convento, contra quien se reabrió el proceso inquisitorial, que aún proseguía entre apelaciones Roma y dilaciones a la muerte del protonotario en 1653.
[20] No se ha conservado tampoco la documentación relativa a las pinturas de Claudio Coello, pero la gran Anunciación del retablo mayor (7,50 x 3,66 m) y la Visión de santa Gertrudis en la calle central del retablo del lado derecho de la nave, están firmadas y fechadas en 1668.
Entre ellos se reconoce a Isaías, con una tabla en la que aparece la inscripción «ECCE VIRGO CONCIPIET ET PARIET FILIVM VOCAVITVR NOM[EN] EIVS EMMANVEL ISAÍAS», tomada de Isaías 7,14; Jeremías, con la inscripción «CREAVIT DOMINVS NOVVM SVPER TERRAM» (Jeremías, 31,22), y la sibila eritrea, negra, con una filacteria en la que aparece inscrito «REX SANCTVS VEN...».
Como fuente para la composición de Coello se ha apuntado la existencia de un boceto del mismo asunto pintado por Rubens (Barnes Foundation, Pensilvania), nunca trasladado a una composición definitiva, sobre el que se ha especulado con la posibilidad de que fuese pintado con este mismo destino algunos años atrás.
[23][24] En los años posteriores a estos trabajos para San Plácido, las pinturas de caballete y al óleo escasean.
Tan solo se conservan dos pinturas fechadas en 1669: Cristo presentando a la Virgen a los padres del Limbo, en colección particular francesa, cuya composición escalonada evoca la de la Anunciación de San Plácido,[25] y La Virgen y el Niño adorada por santos y por las virtudes teologales del Museo del Prado.
Esta, aunque comprendida dentro del género tradicional de las sacras conversaciones italianas y contando con notables precedentes, es una pintura muy trabajada, de la que se conocen dos estudios previos a pluma y aguada (Prado y Museo del Louvre) alternando las posiciones de los santos mientras busca un mejor efecto.
[30][31] Un boceto del «cielo raso para la Panadería de Madrid» pintado por Coello se conservaba en el Palacio del Buen Retiro, según el inventario de 1794.
[32] Semejante a este, aunque la arquitectura fingida se abre al cielo en forma ovalada, es el techo del vestuario o sacristía pequeña de la catedral de Toledo, con ángeles niños portando en vuelo el báculo y la mitra, pinturas por las que entre junio y agosto de 1674 cobraron Coello y Donoso 10 000 ducados.
El contrato estipulaba que las pinturas debían estar concluidas en agosto de 1675.
Se conocen además dos estudios previos que ayudan a entender el modo de trabajar de Coello, que comienza por una primera idea dibujada a lápiz con trazo rápido luego reforzado a pluma, con la que al tiempo se sugieren alternativas, hasta alcanzar el modelo definitivo para ser presentado a la aprobación del cliente, sobre el que dibujaba una cuadrícula para facilitar el traspaso al lienzo.
De 1677 solo una: La aparición de la Virgen del Pilar a Santiago el Mayor (San Simeón (California), Hearst San Simeon State Historical Monument).
[46] Partiendo del Buen Retiro la comitiva se dirigió al Alcázar siguiendo el itinerario acostumbrado por San Jerónimo y Mayor.
[60] El asunto, desarrollado en un lienzo de enormes proporciones, se organiza en torno a una poderosa línea diagonal, contrarrestada por las líneas verticales de la escalinata y las horizontales del fondo arquitectónico.
[61] Para el mismo convento madrileño pintó también según Palomino otros cuatro cuadros para los altares colaterales, aunque ya en su tiempo habían sido desplazados a otras dependencias del convento: San Jacinto y Santa Catalina de Siena, no conservados, y los que llama «colaterales antiguos»: Santo Domingo de Guzmán y Santa Rosa de Lima, ahora en el Museo del Prado en el que ingresaron procedentes del Museo de la Trinidad, formado con obras de los conventos desamortizados.
Palomino, que no había hecho ninguna mención anterior a retratos pintados por Coello, dirá por tal motivo que fue un cuadro «de increíble trabajo y estudio».
Por encargo de esta última, a cuya colección perteneció, podría haber pintado el retrato del Padre Cabanillas, religioso franciscano, de bulto largo (Museo del Prado).
Acabado el cuadro, contaba el biógrafo cordobés, con sus brillantes colores se expuso en palacio donde lo vio Luca Giordano, «a quien pareció muy bien; y con razón, porque es excelentísimo cuadro».
Dejaba por herederos a sus hijos Bernardino, nacido del primer matrimonio, y Juan Cristóbal, a quien daba tratamiento de don quizá por ser sacerdote, Miguel, Tomás, Juana, Felipa y Manuela, estas dos últimas de tres y un año respectivamente.