Está consagrada a Carlo Borromeo y fue encargada bajo el patronazgo del Cardenal Francesco Barberini, quien vivía en un palacio cercano.
Los Trinitarios le encargaron un nuevo convento e iglesia, donde había ya una pequeña capilla.
Gracias al genio del arquitecto, que supo combinar estas cualidades en un resultado elegante e innovador, se puede decir que la iglesia y todo el conjunto son los más grandes exponentes de la arquitectura barroca.
Esta obra debía constar como residencia para monjes con dormitorios, biblioteca y refectorio.
En este edificio se desarrolla la faceta más matemática del Barroco y se enfrentó a la escasez de recursos económicos centrándose más en el diseño que en los materiales empleados; el interior de la iglesia no tiene tanta riqueza decorativa como era habitual en la época.
La fachada dispone de una portada ondulada de dos cuerpos y tres calles, cóncavas a los lados y convexa en el centro que, en la planta superior, vuelve a ser cóncava al contener el edículo convexo, abierto por un ventanal, sobre el que dos ángeles sostienen un gran medallón.