Su madre contrajo nupcias dos veces, naciendo él de su primer matrimonio y del segundo su hermanastro Juan Álvarez, quien sería un ayudante muy destacado en su taller.En 1615 adquirió las casas donde había vivido Juan de Juni, por el que sintió gran admiración.[2] Según Floranes (citado en FJ Juárez, 2008), al abrirse la tumba en 1721 para sepultar a sus nuevos propietarios, el cuerpo del escultor estaba entero.Da preferencia a la mística sobre la estética, buscando transmitir mucho más dolor y sufrimiento que sensualidad.En su obra prima la espiritualidad y el dramatismo, casi siempre recogido, sobre cualquier otro sentimiento.El tormento a que han sido sometidos sus personajes se manifiesta en todos sus detalles, con profusión de sangre y de lágrimas, que resbalan sobre el relieve corporal con gran credibilidad.Gregorio Fernández trabajó estrechamente con las cofradías vallisoletanas desde su instalación en Valladolid como capital de la Corte hasta su muerte, siguiendo los trabajos de Francisco del Rincón, al que muchos consideran su maestro.La repetición del motivo para lugares tan dispares demuestra la enorme fama que adquirió esta iconografía; la demanda obligó a que algunas de estas tallas fueran ultimadas por su taller o repetidas posteriormente por seguidores y discípulos de Fernández.Con antecedentes en la escultura castellana manierista, como las realizadas por Francisco del Rincón o el mismo Juni, Fernández humaniza a la vez que vuelve más monumental el conjunto, insistiendo en la gestualidad un poco teatral de María, los ricos plegados de los mantos, y la correcta anatomía de Cristo.[9] Sus retablos siguen una ordenación clara, de reminiscencias escurialenses, pero ganando protagonismo los relieves y figuras exentas en detrimento del diseño arquitectónico.