En su origen se componía de iglesia, un claustro, un patio, dependencias y huerta.
[1] En 2007 lo habitaban 13 monjas clarisas coletinas de clausura cuya economía se basa en una lavandería industrial montada en el propio convento.
[2] La fundación tuvo lugar en Villalcázar de Sirga (Palencia), también conocido como Villasirga, en 1550.
En esta escritura se daba una serie de normas y condiciones a cumplir por las religiosas.
Se tiene noticia de que en 1618, Felipe III ordenó costear algunas reparaciones.
La venta se estableció en 2000 ducados y sirvió para la extensión de la huerta del convento.
Como eran casas particulares tendrían balcones y ventanas que fueron cerrados con celosías para uso de las religiosas.
Consta de nave única con cuatro tramos cubiertos por bóveda de cañón con lunetos, separados por pilastras, y crucero con cúpula sobre pechinas, poco remarcado, que al exterior se remata con un cimborrio cuadrado cubierto por tejado a cuatro aguas.
La fachada principal tiene una puerta de acceso cuyo vano está rodeado por un marco de piedra con pilastras laterales y con dintel; en las esquinas se muestra la clásica decoración con bolas barrocas.
En el hueco se ve la imagen en piedra de la Asunción (advocación del convento), obra atribuida a Gregorio Fernández.
Los lienzos de los retablos laterales son Santa Clara y San Francisco, ambos tribuidos a Donato Mascagni.
Poco después regaló estas copias al convento de Valladolid, que estaba también bajo su protección.
Desde su construcción fue previsto para ser cerrado y así se halla en la actualidad (año 2007).
En la panda sur del piso bajo se encuentra la sala llamada De Profundis donde las religiosas entonan el salmo:
Conserva el pequeño púlpito que se utiliza para las lecturas a la hora de la comida.
En la parte de arriba junto al techo se ven unos letreros enmarcados que representan las horas del reloj de la Pasión: El coro alto está protegido por el habitual muro-celosía, en este caso decorado con un gran tríptico semejante a un retablo-relicario.
Durante el tiempo que duró la exposición, la comunidad se retiró a otras estancias dejando libres todos estos espacios que comúnmente forman parte del retiro y la vida cotidiana.
El informe del pintor fue desolador pues entre otros comentarios decía: «…todos podridos e rotos…».
En algunos casos las monjas hicieron un esfuerzo por restaurar y arreglar algunas pinturas, bien repintando, bien parcheando los reversos con trozos de sus propios hábitos.