Aunque su tiempo fue breve debido a su muerte, su visión continuó siendo materializada por José Granados de la Barrera, quien completó el diseño hasta 1685.
Esta diferencia de altura no solo marca la jerarquía espacial del edificio, sino que también facilita la circulación y mejora la conexión visual con el altar mayor.
Sobre el capitel, se sitúa un entablamento completo formado por arquitrabe, friso y cornisa, seguido de un dado que prolonga la altura del pilar.
En total, son veinte los pilares corintios del templo, cuya altura equivale a nueve veces el diámetro de la columna.
Esta amalgama marca una notable ruptura con los esquemas renacentistas originales y aporta al templo una complejidad visual que complementa su carácter híbrido.
Concebida inicialmente como panteón para los Austrias, esta función fue descartada cuando Felipe II decidió trasladar los enterramientos reales al Monasterio de El Escorial.
Estos cuadros destacan por su extraordinario manejo del color, la composición equilibrada y la expresividad que Cano aporta a cada escena.
[cita requerida] Además, el ciclo mariano se completa con catorce pequeños óleos sobre lienzo que representan símbolos lauretanos.
Las diez vidrieras superiores fueron diseñadas por Diego de Siloé y realizadas por Juan del Campo, que había comenzado su trabajo en la catedral en 1564.
El facistol se compone de cuatro piezas principales: pedestal, peana, atril y tabernáculo, unidas entre sí mediante un vástago interior.
Tres ventanas rectangulares coronan el testero central, la del centro, más alta, con un arco de medio punto que realza su presencia.
La Virgen, en madera policromada, porta al Niño Jesús, y ambas figuras están coronadas con piezas de plata dorada realizadas por Diego Cervantes en 1654.
Además, incluye representaciones de los evangelistas, los Reyes Católicos, retratados en 1649 por Francisco Alonso Argüello), y los arcángeles, conectando elementos religiosos con la historia monárquica.
Enmarcando el retablo principal, se encuentran dos altares laterales, completados en 1691 gracias a la donación de Bartolomé Sánchez Varela.
Está decorada con un gran retablo barroco dorado, datado en la tercera década del siglo XVIII, que se adapta al espacio poligonal de la capilla.
El retablo central, realizado en 1737 por Gregorio Salinas, es una obra barroca que se caracteriza por su diseño sencillo y predominio de líneas horizontales.
Los frescos que decoran los muros, pintados por Vicente Plaza, aportan luminosidad al espacio, utilizando colores como el azul, verde y rojo.
Su diseño corresponde a Marcos Fernández de la Raya, mientras que Félix Rodríguez inició la talla, continuada por José Pablo Narváez tras el fallecimiento del primero en 1724.
La estructura, organizada en un único cuerpo, refuerza la monumentalidad del conjunto mediante cuatro columnas y un elaborado claroscuro que potencia la contemplación devocional.
En el siglo XVIII, se le añadió una peana de plata y una urna frontal, aunque un barnizado alteró sus colores originales.
Estos elementos hacen referencia a los canónigos regulares de San Agustín, conectando la obra con la función religiosa del oratorio y su contexto eclesiástico.
Este órgano se encuentra plenamente operativo, siendo utilizado en conciertos que requieren la interpretación de música romántica y contemporánea.
La acústica del templo actúa como una magnífica caja de resonancia para ambos instrumentos, aunque no es posible su uso simultáneo debido a sus diferentes características musicales.
Esta sala albergaba pinturas, esculturas y otros objetos artísticos, aunque se cerró a principios de los años 70.
Su construcción comenzó en 1660, respondiendo al diseño de Alonso Cano, que aprovechó las estructuras existentes para trazar un proyecto monumental.
En el arco central destaca la inscripción «Ave María» en un gran tarjetón situado sobre un tondo con altorelieve representando la Encarnación, obra de José Risueño, en mármol blanco, realizada en 1717.
Su diseño, inspirado en modelos lombardos difundidos por tratados arquitectónicos, combina columnas pareadas y exentas sobre pedestales con un arco central, evocando los arcos triunfales de la Roma clásica.
A pesar de que el cuarto cuerpo estaba casi terminado, se decidió derribarlo para evitar riesgos estructurales.
Esta disposición facilita el acceso al campanario, donde se encuentran las doce campanas y los cuatro esquilones, instalados a partir de 1588.
No solo cumple una función estética, sino también estructural, ya que fue concebida como contrafuerte para reforzar la estabilidad del templo.