Jacob Burckhardt

Nació en Basilea, en familia acomodada; fue educado en Neuchâtel y hasta 1839 estudió teología protestante.

En 1838 hizo su primer viaje a Italia y también publicó sus primeros artículos importantes: Bemerkungen über schweizerische Kathedralen («Observaciones acerca de las catedrales suizas»).

Basilea tenía una universidad muy pequeña, con 27 alumnos, pero como profesores estaban W. Dilthey, Johann Jakob Bachofen y Friedrich Nietzsche.

Sus obras son más populares y será el autor en los que se basarán los historiadores de la segunda parte del siglo XIX.

El historiador elige sus temas y lo hace de manera subjetiva, escoge unos u otros.

Sin embargo, la respuesta del público es otra, pues fue un libro de mucho éxito, y luego los especialistas la adoptan.

Él sólo pretendía tener un lugar para su forma de hacer historia, pero no sustituyendo al método historicista.

Burckhardt se opone explícitamente a Rousseau, a quien considera ingenuo: el Estado es un instrumento de violencia, que se transforma en fuerza y ley mediante discursos de legitimación, como la religión.

[4]​ Además de este pensamiento único engendrado por la omnipotencia del Estado sobre la cultura, su tendencia es naturalmente totalitaria.

Burckhardt no usa este término, pero describe cómo el Estado moderno se convierte en un Estado policial que debe gobernar de manera coercitiva todas las áreas de la sociedad, abandonando su rol político principal: el comercio, la igualdad de derechos, la sanidad, la seguridad, etc.[5]​ Así, para Burckhardt, la intromisión del Estado en áreas que no están necesariamente vinculadas a él es el resultado predecible del capitalismo moderno, que se ha convertido en la única norma de la existencia humana.

Cuando este poder conservador del Estado se combina con la religión, está hecho de pensamiento y arte.

Así, al igual que el Estado, la religión contribuye a la estabilidad de la vida humana.

Y es esta ausencia de clero lo que le explica la increíble abundancia del pensamiento griego: en Grecia, dice, en una fórmula señalada por Nietzsche (fragmentos póstumos, otoño de 1869), las creencias se abandonan, permitiendo que la filosofía y la ciencia se desarrollen con gran libertad.

Por supuesto está la biografía, ya clásica, de Werner Kaegi, en alemán y sin traducción a otros idiomas.

Para Alfonso Reyes, su obra es una de las más sugestivas del siglo XIX, que él cubrió con su vida.

Entre las monografías recientes, sobresale la obra de L. Gossmann Basel in the Age of Burckhardt, Oxford University Press, 2000.

Roma, via Quattro Fontane: placa conmemorativa de Burckhardt en el centenario de su muerte.