Ser de España
Todo lo cual dio origen a un famoso debate ensayístico, literario e historiográfico que se prolongó por décadas y no ha terminado en la actualidad, con planteamientos y puntos de vista muy diferentes.En muchas ocasiones, el propio debate ha sido objeto de crítica en sí mismo.de Unamuno, que Ortega consideraba desviación africanista del maestro y morabito salmantino.Las referencias literarias a España habían sido un tópico o subgénero que aparece con cierta continuidad desde muy antiguo: con carácter positivo los laudes hispaniae o loas a España, como los de la literatura latina y en concreto el de San Isidoro.En cambio, otros extranjeros supieron valorar las peculiaridades que encontraban en España, desatando una verdadera «hispanofilia» desde el romanticismo, para el que España era el punto más cercano donde encontrar la atracción morbosa del exotismo, forzando la percepción para confirmar las expectativas que la dibujaban como tierra de bandoleros, toreros y gitanos, (Carmen, de Prosper Mérimée, convertida en ópera por Bizet); y retroceder a una ucrónica Edad Media, poblada de refinados reyes moros decadentes (Cuentos de la Alhambra, Washington Irving) y sombríos inquisidores (El pozo y el péndulo, Edgar Allan Poe).Pero es la generación del 98 la que convierte la introspección crítica sobre lo español en centro integral de su propuesta estética e ideológica, forjando lemas lapidarios:¡Adiós, España!El concepto machadiano de «las dos Españas», con el que este debate está íntimamente asociado («la discusión se centró... en el origen histórico de la gran tragedia española, intentando explicar, por un lado, el supuesto fracaso ante la modernidad y, en último extremo, la guerra civil»), ha sido rastreado por Santos Juliá[16] desde sus primeros acuñadores: Mariano José de Larra, pasando por Jaime Balmes y los ya citados Marcelino Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset.Otros autores, como Américo Castro (cuya aportación imprescindible se trata más adelante), negaron la oportunidad de tal expresión.«Liberales, afrancesados y masones pasan a convertirse en la primera tríada maldita de los reaccionarios».Por otro lado, la mayor parte de las agrupaciones y partidos definidos como republicanos, así como la propia masonería (cuyo papel en la época ha sido objeto de controvertidas teorías), tenían un componente social nada obrero, y más bien cercano a las clases altas o medias.Para algunos autores, la división fratricida en dos Españas es tan maniquea que no se reconocen en ella.Las mentes españolas más lúcidas parecían estar encontrándose consigo mismas, y con su lugar en el mundo.De ese clima intelectual es muestra un documental, recientemente recuperado, que se filmó en la época para ser distribuido en América, titulado ¿Qué es España?[50] La generación de 1927 o de la amistad reunió a una pléyade de poetas irrepetible (Federico García Lorca, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados...)[51] cuya nómina no agota las individualidades de todos los ámbitos de la cultura que suele dejar fuera (la filósofo María Zambrano,[52] el científico Severo Ochoa, el dramaturgo Alejandro Casona, su rival escénico José María Pemán,[53] los fundadores del teatro del absurdo español, Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela, prosistas como Ernesto Giménez Caballero, Juan Chabás, Rosa Chacel o Antonio Espina, y más poetas, como José Bergamín,[54] Juan Larrea, Carmen Conde, Ernestina de Champourcín, Miguel Hernández, el ingeniero Eduardo Torroja, los arquitectos de GATEPAC...).Todos ellos, junto a artistas como los jóvenes Dalí y Joan Miró, o los ya maduros Jacinto Benavente y Juan Ramón Jiménez (ambos premio Nobel de Literatura), Pau Casals y Manuel de Falla (músicos), Julio González y Pablo Gargallo (escultores) o el universalmente valorado Picasso (Gaudí había muerto en 1926, y no gozó de la proyección internacional que alcanzó posteriormente su obra), volvieron a hacer pensar en Europa si acaso era cierto que el «genio español» había muerto con Goya (único nombre que, desde una óptica chauvinista pero no exenta de base, se reconocía entre el erial científico y la escasa repercusión de las artes españolas del siglo XIX).Madrid volvió a ser un referente cultural para los intelectuales hispanoamericanos en el periodo que va desde la primera visita de Rubén Darío (1898)[58] a la última estancia de Pablo Neruda (1935–1937),[59] y César Vallejo[60] pasando por Vicente Huidobro.En modo alguno fue un periodo complaciente, pues la conciencia del atraso seguía produciendo críticas, como la durísima película de Luis Buñuel Las Hurdes, tierra sin pan, vinculada a las famosas expediciones de Maurice Legendre[62] y Gregorio Marañón[63] (a la que asistió el rey Alfonso XIII).Las tragedias consecutivas de la guerra civil española, la posguerra y el exilio marcaron una radical ruptura con aquel clima intelectual.No obstante, el pesaroso panorama favoreció la introspección, y la reflexión sobre el problema de España continuó, se renovó y se enriqueció con aportaciones de los hispanistas, como el citado Legendre, desde una posición cercana al bando vencedor, otros cercanos al perdedor (George Orwell Homenaje a Cataluña, Ernest Hemingway Por quién doblan las campanas, Fiesta) y destacadamente desde 1943 con El laberinto español de Gerald Brenan, que eligió las Alpujarras primero y Churriana después, como sus lugares de residencia.[64] Un debate nítidamente planteado, con dos posturas enfrentadas que se responden una a la otra ante la opinión pública, fue propiamente iniciado con dos libros de 1949 que representaron una bifurcación en la intelectualidad falangista de posguerra: Pedro Laín Entralgo España como problema y Rafael Calvo Serer España sin problema.Este autor plantea diez «anormalidades» del caso español en la época contemporánea.[75] Desde una posición matizada, el hispanista Edward Malefakis propone «aunque no podamos decir que España sea un país muy normal, pues siempre parece estar a punto de suceder algo, lo cierto es que experimenta una convivencia muy aceptable».[76] Por su parte, John H. Elliott señala que la constatación de que en muchos aspectos España no era tan diferente de otros Estados europeos como se suponía tradicionalmente ha contribuido a devolverla a la corriente principal de la historia;[77] mientras que otro hispanista, Stanley G. Payne, especialmente en su obra España.[78] María Elvira Roca Barea afima en Fracasología: España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días que el tema del excepcionalismo, decadencia, y fracaso español está vinculado a la Leyenda negra.[80] Luis Suárez Fernández insiste, desde una posición tradicionalista, en la reivindicación de las aportaciones españolas a la civilización.