También se pusieron en marcha la Residencia y el Patronato de Estudiantes, para que tanto universitarios como graduados e investigadores pudieran trasladarse al extranjero para ampliar conocimientos o mejorar su formación.
En esta sección, Ramón Menéndez Pidal acumuló en torno a sí un conjunto de alumnos y discípulos que constituyeron una auténtica escuela filológica y en esta misma línea se expresó también Rafael Lapesa.
Pero, sin duda, la iniciativa que mayor relieve alcanzó fue la Revista de Filología Española, empezó a publicarse trimestralmente desde 1914, dirigiéndola Menéndez Pidal y colaborando de forma especial Américo Castro, Federico de Onís, Antonio García Solalinde, Alfonso Reyes, Tomás Navarro Tomás, y Justo Gómez Ocerín.
Por tanto, todas estas actividades hicieron que la sección de Menéndez Pidal adquiriese desde el comienzo un desarrollo que la permitió existir hasta los últimos años del Centro y convertirse en la más importante de todas las que se crearon a lo largo de la historia del mismo.
Se encargaron principalmente de recopilar e interpretar los fueros y las crónicas latinas medievales.
El número de colaboradores fue bastante más numeroso que en el caso anterior, destacando José Moreno Villa, Ramón Gil Miquel, Antonio Prieto Vives, Juan Cabré Aguiló, Mario González Pons, Eladio Oviedo, Francisco Antón, José Ramón Mélida, Pedro M. de Artiñano, Casto María del Rivero, Emilio Antón, Leopoldo Torres Balbás, Juan Chacón, Francisco Macho y Emilio Camps.
También hubo trabajos sobre Códices prerrománicos y decoración geométrica en el arte musulmán (con especial atención a la figura del lazo), así como investigaciones sobre arqueología musulmana y orígenes del Renacimiento en Castilla.
Entre los principales colaboradores de Altamira se encuentran durante estos años Magdalena S. de Fuentes, Concepción Alfaya, Germán Lenzano, José Deleito y Piñuela, Rafael Gras, Eugenio López Aydillo, Lorenzo Luzuriaga, Enrique Pacheco, José María Ots y Joaquín Freyre Andrade.
Comenzó sus actividades en 1913, prolongándose hasta junio de 1916 en que Ortega dejó la sección para emprender un viaje a Argentina.
Entre sus colaboradores estuvieron Ángel Sánchez Rivero, Joaquín Álvarez y María de Maeztu.
Entre sus alumnos estuvieron Ramón Bermejo Mesa, principal de sus colaboradores, Julio Broutá, José Ibarlucea e Ignacio González Llubera.
Pero los inicios fueron modestos, al igual que le sucediera a la Residencia de Estudiantes.
Ahora bien entre los 4 o 5 alumnos iniciales de Menéndez Pidal, cuyo "nombre es aquí de una fuerza enorme, y todos acatan aquello en que él media", se encontraban quienes llegarían a ser su brazo derecho e izquierdo en la creación de una potente Escuela de Filología Española: Américo Castro y Tomás Navarro Tomás, y entre los dos o tres que escucharon a Gómez Moreno se encontraba el que llegaría a ser uno de los grandes historiadores del arte y la arquitectura hispano-musulmana Leopoldo Torres Balbás.
Se organizaron ante la insistencia por parte de maestros extranjeros que enseñaban o estaban interesados en la lengua y literatura españolas.
Estos cursos servirían como modelo y continuación a los que la sección de Filología organizaría desde 1915 durante el invierno, con alguna interrupción por la guerra mundial.
El primer curso se organizó en 1912 y tenían lugar en los meses de verano.
Los cursos se impartieron en la Residencia de Estudiantes, pues contaba con biblioteca, allí se alojaban los alumnos mientras duraba el curso (las mujeres en el Instituto Internacional) y podían contactar con maestros y residentes españoles que permanecían en ella durante la época estival.
Los cursos atravesaron un momento crítico durante la Primera Guerra Mundial, pues el conflicto hizo disminuir la asistencia de alumnos, pero la Junta no suspendió su convocatoria (salvo 1917) y una vez que concluyó el enfrentamiento bélico, los cursos volvieron a adquirir fuerza hasta que, finalmente, desaparecieron con la guerra civil.