Las guerras carlistas fueron una serie de contiendas civiles que tuvieron lugar en España a lo largo del siglo XIX.
[6] Así pues, donde lograron hacerse fuertes los defensores del pretendiente durante la primera guerra carlista fue en la mitad norte peninsular, especialmente en las Provincias Vascongadas y Navarra —sus focos más importantes—, así como el norte de Cataluña y el Maestrazgo.
En 1872 estallaba la tercera guerra carlista, que duraría hasta 1876, tras ponerse fin al periodo revolucionario con la Restauración alfonsina.
[10] Pero el Trienio Liberal, con sus medidas secularizadoras, había sentado las bases del enfrentamiento social en España, que se agudizaría con la segunda restauración de Fernando VII.
[11] Sin embargo, para los partidarios del Antiguo Régimen, aquella década despótica había supuesto asimismo una serie de concesiones al liberalismo moderado.
[7] A pesar de ello, los partidarios del Infante Carlos María Isidro consideraron que este decreto se había sancionado de forma despótica e ilegal al no haber sido convocadas las Cortes tradicionales y que, por tanto, la legislación sálica seguía en vigor.
El gobierno apoyado por los liberales encontró defensores en la población urbana, la burguesía y buena parte de la nobleza.
[27] Sin embargo, en las Provincias Vascongadas y Navarra, gracias a sus privilegios forales, los carlistas lograron hacerse fuertes.
Pronto controlaron el medio rural, aunque ciudades como Bilbao, San Sebastián, Vitoria y Pamplona permanecieron fieles a la regente María Cristina.
[26] En un principio las partidas carlistas eran más benignas con los prisioneros: se contentaban con desarmarlos y dejarlos en plena libertad para volver a sus cuerpos.
El general Quesada, que sucedió a Valdés en febrero, encrudeció aun más la enemistad con disposiciones muy severas, y Zumalacárregui, pensando contener tanto furor y hacer valer para los suyos las leyes de la guerra, empezó a usar también de represalias.
Pero los fracasos del pretendiente se repetían con frecuencia, lo que acabaría generando la desunión y la mala fe en sus filas.
En este documento se acordó mantener los fueros en las Provincias Vascongadas y Navarra e integrar a la oficialidad carlista en el ejército liberal.
[56] Esta estrategia, con la que esperaban ganar aliados entre las tropas isabelinas o entre los liberales progresistas, sería también criticada a posteriori por Pedro de la Hoz.
[62] Hombres notables del partido legitimista estaban reunidos en Zaragoza para organizar la insurrección a nivel nacional.
[63] Sin embargo, como en la segunda guerra carlista, donde tuvo más importancia fue en Cataluña, en la que entraron desde Francia Marsal, Borges, Rafael Tristany, Estartús y otros emigrados.
Sin embargo, una vez en libertad y en el extranjero, manifestó que aquella renuncia no había tenido validez.
[77] Sin embargo, Cabrera, aunque tenía ya trabajos de conspiración avanzados,[77] consideraba que era preciso aguardar aún y centrarse en adquirir fondos,[78] mientras que Don Carlos creía su honor comprometido y estaba dispuesto a entrar en España como fuese.
[82] No obstante, algunos carlistas, ignorando el fracaso del plan, se levantaron a finales de julio.
Don Carlos, indeciso, permaneció algún tiempo cerca de la frontera española, confiando aun en que el movimiento se extendería a Cataluña.
[nota 3] El plan de la nueva insurrección carlista en 1871 no era actuar en la montaña, sino tomar ciudades importantes mediante una sublevación militar rápida.
[104] A pesar de ello, en las provincias vascas, al igual que en la primera guerra, los carlistas habían logrado hacerse fuertes.
Divididos en distintos pareceres, sobre todo en lo referente al alcance de la «unidad católica», las polémicas entre periódicos carlistas produjeron un conflicto interno que en 1888 llevaría a la escisión integrista.
[131] Aun así, cuando Estados Unidos declaró la guerra a España, Don Carlos amenazó formalmente con una nueva guerra civil si no se luchaba por defender el honor nacional y manifestó que no podría asumir la responsabilidad ante la Historia de la pérdida de Cuba.
Fal Conde manifestó a finales de agosto que «el nuevo espíritu de renacimiento español, nacional e imperial» se inspiraba en el tradicionalismo español y que éste estaba «próximo a plasmar en realidad sus doctrinas».
Liderados por Manuel Fal Conde, los javieristas, en concreto, llegaron a ser calificados despectivamente por el propio Franco como un «diminuto grupo de integristas».
[164] Según Ignacio González Janzen, hubo carlistas de Sixto que participaron después en el Batallón Vasco Español.
[176] Según los insurrectos, al eliminar la censura de la prensa, los revolucionarios habían permitido publicaciones «impías» e «indecentes» y con el derecho de asociación habían facilitado a los «licenciosos» reunirse para atacar y destruir «todo lo que respeta una sociedad bien organizada».
[182] La consigna, invocando a los macabeos, era «más vale morir en la batalla que no ver los males de nuestra patria».
[190][nota 9] Para el político liberal vizcaíno Fidel de Sagarminaga,[193] vincular los fueros al carlismo era un error, ya que había sido la reivindicación religiosa, y no los fueros, lo que había producido el último alzamiento en la región vasco-navarra, donde a diferencia de otras regiones españolas, no habían triunfado insurrecciones carlistas entre 1839 y 1868, durante todo el reinado de Isabel II.