[1] Como apuntó la historiadora Mª Victoria López-Cordón, «la deserción de las [fuerzas] que deberían haberla sustentado hizo imposible la experiencia».
Este hecho privó a Amadeo I de un apoyo indispensable, sobre todo en los primeros momentos, y que habría sido decisivo si tenemos en cuenta que el progresismo acabó escindido entre los dos herederos de Prim, Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla.
Serrano cumplió las instrucciones del rey y formó un gobierno con todos los líderes de los grupos que integraban la coalición monárquico-democrática que sustentaba a la nueva monarquía: los progresistas Sagasta, que ocupó el ministerio de Gobernación, y Ruiz Zorrilla, Fomento; el demócrata monárquico o «cimbrio» Cristino Martos; o el unionista Adelardo López de Ayala, en Ultramar.
Con este cambio el gobierno podía ejercer más fácilmente su «influencia moral» en la mayoría de los distritos que eran rurales.
[…] En septiembre de 1871, don Carlos, quizá contra sus propios deseos, tuvo que frenar una vez más a sus partidarios”.
Cristino Martos no aceptó el ministerio de Estado y no formó parte del gobierno, que presentó su programa ante las Cortes el 25 de julio y cuyo lema fue «libertad, moralidad, civismo».
El rey Amadeo I acababa de volver de un viaje que había realizado por varias provincias del este de España junto a su esposa y que había sido organizado por el gobierno para aumentar su popularidad y en el que había pasado por Logroño para visitar al general Espartero —que estaba retirado aunque seguía gozando de una enorme popularidad entre los liberales progresistas que lo consideraban su "patriarca"— y quien le aseguró su lealtad porque había sido elegido por la "voluntad nacional".
Algunos radicales llegaron a calificar la decisión del rey, aun reconociendo que era constitucional, como «golpe de estado».
En cambio si solo se contabilizaban las capitales de provincia el resultado había sido favorable al gobierno, como así se apresuró a presentárselo al rey el ministro de la Gobernación, pues los candidatos gubernamentales habrían ganado en 25 —entre ellas Barcelona, Sevilla, Cádiz y Málaga— mientras que los opuestos al gobierno habrían sumado 22 —de ellas los radicales solo 3, aunque una era Madrid, mientras los republicanos conseguían 14, entre ellas Valencia, La Coruña y Granada, y los carlistas 5—.
El designado para sustituirle fue Práxedes Mateo Sagasta, siguiendo la práctica parlamentaria de que cuando un presidente del gobierno dimitía sin causa constitucional o pérdida de la mayoría, le debía sustituir el presidente del Congreso.
[40] En principio Sagasta ofreció una amplia participación en su gobierno a los radicales de Ruiz Zorrilla —cuatro carteras, la mitad del gabinete— pero estos rechazaron la oferta, porque eso supondría separarse de los demócratas y la ruptura del pacto de benevolencia con los republicanos —en el encuentro que mantuvieron Sagasta y Ruiz Zorrilla, éste le contestó que él ya era algo más que progresista, era radical—.
En la votación el gobierno salió derrotado, pero como obtuvo más votos dinásticos a favor que en contra, el rey cumplió su palabra y le otorgó a Sagasta el decreto de disolución de las Cortes para que convocara nuevas elecciones, a fin de asegurarse una mayoría sólida en la cámara que le permitiera gobernar.
La respuesta de Ruiz Zorrilla se puede resumir en la consigna «¡Radicales a defenderse!» y en la exclamación: «¡Dios salve al país!
Los unionistas lo entendieron como el primer paso para formar un único partido, pero Sagasta se resistía porque pretendía formar un «tercer partido» entre unionistas y radicales que atrajera «lo mejor de ambos bandos», manteniendo así viva la idea de reunificar el progresismo.
El rey pensó que Serrano podría gobernar porque su partido seguía teniendo la mayoría en las Cortes.
Según Jorge Vilches, «el camino antidinástico y presumiblemente insurreccional que iba a tomar el progresismo democrático no quería ser presenciado por Ruiz Zorrilla estando dentro de sus filas, ni sentirse cómplice de una nueva guerra civil».
Ruiz Zorrila puso como condición al rey para aceptar la presidencia que disolviera las Cortes y convocara nuevas elecciones, a sabiendas de que era un acto inconstitucional porque aún no habían trascurrido cuatro meses desde las últimas elecciones.
[66] Según Jorge Vilches, las acciones llevadas a cabo por los radicales para, primero, ser llamados al poder —amenazando con la insurrección— y, luego, para que el rey disolviera las Cortes, aun contraviniendo la Constitución, «pueden denominarse, sin temor a dudas, como un golpe de Estado».
Un día cerca de El Retiro un hombre se acercó al monarca y le insultó gravemente a la cara.
Y hasta se les tiró una piedra en una manifestación republicana cercana al Palacio Real.
[74] Su defección al frente del Partido Constitucional fue asumida por el almirante Topete, Práxedes Mateo Sagasta y Antonio Ríos Rosas que seguían creyendo en el proyecto de la «monarquía democrática» amadeísta, aunque seguían considerando a Serrano como presidente del partido.
Además estas medidas en conjunto causarían un efecto negativo en Cuba al alentar a los sublevados.
«La Liga Nacional no deseaba la desestabilización del régimen o el cambio de dinastía...
[87] El 29 de enero de 1873 los radicales más extremistas tomaron como pretexto un supuesto desaire del rey a las Cortes —al haber aplazado un día el bautismo del heredero al trono que acababa de nacer a causa de que el parto había sido difícil, mientras el gobierno y los presidentes del Congreso y del Senado, vestidos de gala para la ocasión, esperaban en una antesala del palacio— junto con el rumor de que el rey pretendía destituir al gobierno y sustituirlo por otro del partido constitucional —se sabía que el rey se había entrevistado con el general Serrano en Palacio para que asistiera al bautismo del príncipe, aunque tras consultar con la junta directiva de su partido, había declinado la invitación alegando motivos de salud para no dar a entender que aflojaban en su oposición al gobierno radical—, y propusieron en las Cortes que se declarasen en sesión permanente, en Convención, que solo la rápida llegada del Gobierno logró atajar.
El rey le comunicó a Ruiz Zorrilla su disgusto por la actitud de las Cortes y que no estaba «dispuesto a sufrir imposiciones de nadie» y que se hallaba «preparado para proceder según lo aconsejaran las circunstancias».
[90] Cuando el rey tuvo conocimiento ese mismo día por la prensa de que el gobierno pensaba nombrar al general Hidalgo nuevo capitán general de Cataluña, hizo llamar a Ruiz Zorrilla a Palacio.
Al día siguiente, 8 de febrero, el Senado ratificaba la votación del Congreso, aunque el moderado Fernando Calderón Collantes advirtió al gobierno que las medidas aprobadas eran un ataque a la prerrogativa regia, pues era conocida la oposición de la Corona a las mismas.
[91] El rey consideró que la única alternativa que le quedaba era nombrar un gobierno del Partido constitucional y disolver las Cortes, pero «per dissolvere la camera era necesario ricorrere alla forza», como le dijo Amadeo I a su padre en una carta, lo que podía conducir a la guerra civil —el rey podía contar con los más importantes generales conservadores, Topete, Serrano y Malcampo pero la guarnición de la capital estaba en manos de militares afines al Partido Radical—.
Con todo ello Ruiz Zorrilla pretendía ganar tiempo, pero fue desautorizado por su propio ministro de Estado Cristino Martos cuando dijo que en cuanto llegara la renuncia formal del rey el poder sería de las Cortes y «aquí no habrá dinastía ni monarquía posible, aquí no hay otra cosa posible que la República».
Así se aprobó la moción del republicano Estanislao Figueras para que las Cortes se declararan en sesión permanente, a pesar del intento de Ruiz Zorrilla de que los radicales no la apoyaran.