[15] En este sentido del término, ya en 1844 se hacía referencia al carlismo como «una comunión no menos numerosa que respetable» que había sido excluida del seno de la nación, según podía leerse en las primeras líneas del prospecto de La Esperanza, el primer diario carlista que existió en Madrid.
El carlista José María Codón, por ejemplo, postuló en 1961 que la Comunión Tradicionalista no había sido nunca un partido, sino un «antipartido, el germen de la estructura de la sociedad sin partidos».
Por ejemplo, en las columnas de La Esperanza se dijo en 1871 que los carlistas formaban «una colectividad política á la cual no corresponde el nombre de partido»[25] y en las de El Pensamiento Español se afirmó por esas mismas fechas que «siendo nacionales nuestros principios, no formamos los carlistas propiamente un partido».
[31] Durante la Segunda República, el jefe delegado carlista, Manuel Fal Conde, pondría aun mayor empeño en afirmar que la organización tradicionalista que dirigía era «una Comunión y no un partido».
Por ello, la dirección del partido carlista quedaba supeditada a las necesidades de la organización militar.
[33] Sin embargo, según el diario La Correspondencia, los diputados católico-monárquicos acordaron enseguida por unanimidad designar como jefe suyo a Cándido Nocedal,[34] mientras que los senadores eligieron para dirigirles a Gabino Tejado.
[38] Posteriormente reapareció la prensa carlista, siendo algunos de sus periódicos más duraderos El Siglo Futuro, fundado por Ramón Nocedal[39] (posteriormente escindido) y El Correo Catalán, por Manuel Milá de la Roca.
Entre 1887 y 1890, se dividió en cuatro zonas el liderazgo del carlismo en España.
[46] Recorrió España haciendo propaganda y supo dar una buena organización al movimiento.
Se aceleró aún más la revitalización del carlismo (conocido a partir de entonces como jaimismo) iniciada en el período anterior.
[52] Aunque el prestigio de Comín permitió que el partido no se desmoronara por completo y que fuertes núcleos se mantuvieran fieles, mantuvo su cargo por poco tiempo.
Las minorías parlamentarias jaimistas quedaron reducidas a unos pocos diputados y senadores.
En esa época, las organizaciones, especialmente de Boinas Rojas y Margaritas, florecieron por doquier.
El centro neurálgico siguió estando en Navarra y País Vasco, así como en Cataluña.
Gracias a la labor de Fal Conde, el carlismo andaluz, sin una gran tradición hasta entonces, consiguió un enorme auge, llegando a ser conocida Andalucía como la "Navarra del Sur", con cuatro diputados tradicionalistas electos por la región: Miguel Martínez de Pinillos Sáenz, Juan José Palomino Jiménez, Domingo Tejera de Quesada y el obrero Ginés Martínez Rubio.
[65] En marzo de 1934 Antonio Lizarza, en representación de la Comunión Tradicionalista, el teniente general Barrera, por la Unión Militar Española, y Antonio Goicoechea, por Renovación Española, viajaron a Roma.
Tras reunirse con Benito Mussolini y explicarle su plan de derrocar a la República, el gobierno fascista les proporcionó dinero y armamento, acordando además el envío de jóvenes requetés a Italia para su adiestramiento militar.
[67] En las elecciones de 1936 fueron elegidos 15 diputados tradicionalistas, pero se redujeron a 9 tras ser anuladas varias actas.
[68] En nombre de Alfonso Carlos, jefe supremo de la Comunión Tradicionalista, el príncipe Javier de Borbón Parma se entrevistó en Lisboa con Sanjurjo, y según los propios carlistas, acordó con él que: Al atraer las fuerzas del gobierno, debían actuar inmediatamente los requetés navarros y vascos, al par que los catalanes y aragoneses, en un doble movimiento sobre Madrid.
Supuestamente el general Sanjurjo no era partidario de la guerra de carreteras, sino que pretendía dar una batalla decisiva, tan pronto hubiese reunido los elementos dispuestos a secundarle.
[72] No obstante, los carlistas que habían participado en la conspiración confiaban en que Sanjurjo restablecería en España una monarquía tradicional, pues era hijo de un capitán carlista muerto al frente de su escuadrón en la tercera guerra carlista, y sobrino del general Joaquín Sacanell, que fuera Secretario de Carlos VII en Venecia.
El propio José Sanjurjo habría manifestado además que quería siempre mandar requetés.
No obstante, una parte de los tradicionalistas, encabezados por Fal Conde, no aceptaron el decreto, y los llamados javieristas continuaron actuando y empleando la denominación de Comunión Tradicionalista en semiclandestinidad durante el franquismo.
Animado por sus partidarios, en 1952, con ocasión del XXXV Congreso Eucarístico Internacional en Barcelona, Don Javier reclamaría finalmente para sí los derechos a la corona, si bien posteriormente se mostraría ambiguo respecto a dicha reclamación.
[73] Los javieristas, dirigidos por Manuel Fal Conde, mantuvieron durante dos décadas su oposición al Decreto de Unificación y una fuerte intransigencia política y religiosa, llegando a ser calificados por el general Franco, en declaraciones al diario Arriba en 1955, como «un diminuto grupo de integristas seguidores de un príncipe extranjero, apartados desde la primera hora del Movimiento».