Se integraron en él buena parte de las tropas realistas organizadas en Francia para apoyar la invasión francesa y también miembros de las partidas realistas que habían combatido a los constitucionalistas desde los inicios del Trienio Liberal.
La mayoría de sus miembros eran absolutistas radicales o «ultraabsolutistas», por lo que ha sido considerado como «el brazo armado del ultrarrealismo».
[3] Se disolvió oficialmente en 1833, tras la muerte de Fernando VII, y la mayor parte de sus integrantes se sumó a las fuerzas del infante Carlos María Isidro durante la Primera Guerra Carlista.
se digne resolver lo conveniente para la seguridad interior de sus pueblos, o hasta que la regencia del reino considere justa su cesación».
Cuando Fernando VII recuperó su poder absoluto el 1 de octubre de 1823 no los disolvió porque «sin un Ejército enteramente fiel al absolutismo y con tropas francesas acuarteladas en puntos estratégicos del territorio, los voluntarios eran la única fuerza armada propia en la que confiar para mantener el nuevo régimen».
[6] Para «no confundir las clases», como habían hecho los liberales, el reglamento establecía que los voluntarios debían ser personas con «rentas, industrias u oficio, o modo honrado y conocido de vivir», quedando excluidos «los jornaleros y todos los que no puedan mantenerse por sí mismos y a sus familias los días que les toque de servicio en su pueblo».
[12] Los voluntarios realistas tuvieron (aparentemente) un crecimiento espectacular pues pasaron de unos 70 000 miembros en 1824 a 284 000 en 1832, pero casi la mitad de ellos no tenían armas ni uniformes y su distribución era muy irregular ya que tres cuartas partes se encontraban en Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Galicia, Valencia, Murcia y Granada —en Cataluña, por ejemplo, había poco más de diez mil—.
[2] Según Fontana, este crecimiento también se debió al «sueño populista que les llevaba [a los realistas] a mirar hacia atrás, hacia la recuperación de un pasado idílico que nunca había existido», como sería el caso de muchos campesinos y artesanos.
El realismo le daba, como mínimo, un sueldo, armas, algún poder y un nuevo sentido de dignidad».
[17] Por su parte los obispos advirtieron al gobierno de los riesgos causados por su «celo acalorado y tal vez sanguinario».
Como ha subrayado Josep Fontana, «las oligarquías locales preferían estas fuerzas más próximas, que podían manejar fácilmente, a una policía estatal centralizada».