[7] Fue defendido por el prestigioso jurista Felipe Sánchez-Román[8] y su reclusión levantó las protestas del doctor Marañón, Pío Baroja, Ortega, Juan Ramón Jiménez y otros escritores e intelectuales, que firmaron un manifiesto redactado por Azorín.
En Ávila le había sustituido el también periodista y escritor Manuel Ciges Aparicio, fusilado al poco tiempo.
Espina fue apresado y encarcelado en Palma; a mediados de 1937 se intenta cortar las venas para escapar de su penosa situación; el juez alegó enajenación mental y ordenó su ingreso en el psiquiátrico provincial, donde permaneció hasta 1939, concluida ya la guerra civil; fue condenado a muerte y conmutada su pena.
Hacia 1944 se le documenta en Madrid frecuentando el Instituto Británico, donde ha simpatizado con su director Walter Starkie del que luego será traductor de algunas obras.
En París toma contacto con la organización del exilio republicano y colabora en La Nouvelle Espagne; comienza a escribir para la prensa mexicana gracias a la ayuda del antiguo secretario de Azaña, Santos Martínez Saura.
En mayo de 1968, tuvo que presentarse ante el Tribunal de Orden Público, denunciado por Gregorio Marañón Moya, hijo del médico afecto al franquismo, por publicar artículos contra la dictadura española en periódicos hispanoamericanos, sin que se le llegase a procesar.
Tales criterios no son los adecuados para acercarse a libros que se organizan en unidades narrativas cuyo descifrado reclama la operatividad de un lector no limitado a la recepción pasiva del texto.
En estas ficciones hay una mezcla muy propia del momento vanguardista, notándose el predominio de la inteligencia y la preferencia por la imagen poética.
También abordó temas populares, como la biografía del bandolero madrileño Luis Candelas, el Robin Hood español, peleón pero sin delitos de sangre, que trataba a sus víctimas con cortesía, y murió ejecutado por garrote vil.