La fuerza del ejemplo de quien sufre esa violencia hace que, por temor, el resto de la sociedad se reprima a sí misma en el ejercicio de la libertad, que queda así anulada para todos, excepto para el poder y para aquellos en cuyo beneficio se realiza la represión.
Aunque compartían bando contra los carlistas, la alternancia en el gobierno de grupos liberales moderados y progresistas no se hizo pacíficamente, sino mediante pronunciamientos militares, tras los que se realizaba la depuración de los aparatos del estado para garantizarse su fidelidad.
De él se cuenta que en su lecho de muerte, al ser preguntado por el sacerdote si perdonaba a sus enemigos, respondió No tengo enemigos, padre, los he matado a todos.
La Restauración, que nace con el pronunciamiento de Sagunto por Martínez Campos y se asienta con la última guerra carlista inaugura un sistema político basado en la alternancia pacífica entre dos partidos dinásticos (conservador y progresista) que cierran la posibilidad de llegar al poder a ningún otro.
Los grupos no dinásticos, sin estar prohibidos, quedan en la práctica fuera de la vida política, sometida a la oligarquía y el caciquismo, como definió Joaquín Costa.
El movimiento obrero en las zonas industrializadas (Cataluña sobre todo) y la agitación campesina en Andalucía comenzaban a verse como una amenaza real, aunque en ocasiones convino inventárselos para exagerar su importancia y hacerlos aparecer como violentos (el caso de la Mano Negra).
La represión cotidiana se cebaba en los grupos obreros socialistas y sobre todo anarquistas (simbolizados en Francisco Ferrer Guardia, acusado de vinculaciones con el atentado a Alfonso XIII y la Semana Trágica).
Su concepción política es vagamente corporativista, imitando al fascismo italiano, pero sin su aparato de encuadramiento y control social (aunque se planteó un remedo de partido único que no tuvo.
Los capitanes republicanos fusilados, Fermín Galán y Ángel García Hernández, serán presentados como mártires de la República.
Se sigue discutiendo si hay o no que desenterrar a Federico García Lorca y muchos otros.
La Guardia Civil, cuyo papel en la proclamación de la República fue de apoyo a las nuevas autoridades (General Sanjurjo, que pasó a conspirar contra ellas tras graves incidentes protagonizados por guardias civiles), durante la sublevación militar que inició la Guerra Civil no se había destacado como un cuerpo especialmente identificado con el bando nacional (se dividió aproximadamente al 50%).
[3] Sacerdote, guardia civil y alcalde (que era a la vez jefe local del Movimiento) solían coordinarse para emitir certificados de adhesión al Movimiento Nacional, de buenas costumbres, o bien de todo lo contrario, y ejercían el control sobre la población a una escala muy detallada, sobre todo en las zonas rurales.
Durante la Transición española el Gobierno reprimió duramente ciertas protestas mediante la Policía Armada y la Guardia Civil.
En 2002 se promulgó la Ley de Partidos Políticos que llevó a la ilegalización Batasuna en 2003.
También denunció un aumento de detenciones tras identificaciones aleatorias que en algunos casos llevan al ingreso en prisión.