[1][2] El anticatalanismo también se ha definido en sentido amplio como la animadversión hacia Cataluña o hacia «los» catalanes,[3] haciéndolo sinónimo del término catalanofobia,[4] y cuyos momentos álgidos se habrían producido, según Joan B. Culla, cuando «Cataluña —se entiende, los sectores en cada momento hegemónicos de la sociedad catalana— ha pretendido preservar o mejorar su estatus dentro del Estado español».
[7] Por su parte Francesc Ferrer i Gironés los considera sinónimos —él prefiere utilizar el término catalanofobia y así titula su libro: Catalanofòbia.
[9] Más bien en esta fase hay que buscar las expresiones de un sentimiento anticatalán en Italia y en Aragón.
En la primera Simon Tarrés menciona a Dante Alighieri, Giovanni Boccaccio, Francesco Petrarca, Luigi Alamanni, Pietro Aretino y Serafino dell'Aquila, en cuyas obras se pueden encontrar reflejos de esa animadversión hacia los catalanes, a menudo identificados como españoles.
[15] Simon Tarrés, advierte también que «aquí ya encontramos un anticatalanismo más político institucional, dirigido especialmente hacia los naturales de Cataluña».
[16] Por otro lado otros autores han destacado que a principios del siglo XVI, al rey Fernando el Católico los nobles más poderosos de Castilla le llamaban «viejo catalanote»,[17] y que tras morir su esposa Isabel I fue visto como un intruso.
«Rico aquel país por su trabajo, rico también hasta por las consecuencias de su carácter turbulento, ha visto casi siempre concentrarse en provecho suyo exclusivistamente los impuestos con que contribuye, y no pocas veces han ido a fecundar sus fuerzas productivas los tesoros de las demás provincias, cuyos impuestos se gastaban en parte en el Principado».
Al oír las exclamaciones y lloriqueos de los madrileños no parecía sino que los bárbaros hubiesen atravesado la ciudad del presupuesto.
[47] Al año siguiente, 1886, Almirall publicaba su obra fundamental Lo catalanisme, que constituyó la primera formulación coherente y amplia del «regionalismo» catalán y que tuvo un notable impacto —décadas después Almirall fue considerado como el fundador del catalanismo político—.
El tal Almirall es un fanático todavía de peor casta que Pi y Margall...
La respuesta de Silvela fue ordenar al embajador español ante la Santa Sede para que presentara una protesta por tan «intempestiva y violenta manifestación», que ofrece «a los fanáticos separatistas de Cataluña una ocasión inmejorable para arreciar en su campaña contra la autoridad central».
Sin embargo acabaron rompiendo con él al no aceptar este sus reivindicaciones —concierto económico, provincia única, reducción de la presión fiscal—.
La "purria" no son los desheredados de la vida, a quienes explotáis en vuestras minas, fábricas y talleres...
La "purria" sois vosotros, miserables, extranjeros en vuestra patria, incluseros en política, fariseos en la religión, farsantes en la ciencia, explotadores en la sociedad...».
Al día siguiente la prensa madrileña alabó su discurso —«acertado, elocuente y oportunismo»; «penetrado de un alto sentimiento de patriotismo»; «discurso felicísimo... ha demostrado todo el cariño que siente por España y lo dispuesto que está a combatir durísimamente a los catalanistas»—.
Y concluía: «Si Cataluña no extermina a esos miserables, exterminémoslos nosotros» (en referencia al Ejército).
Desde el punto de vista personal... era someterse a la disciplina de un Salmerón, cuya moderación llevaba años combatiendo, y disolver su personalidad en un frente unitario cuya principal característica común, la catalanidad, le descartaba como dirigente a largo plazo».
[98] En 1918 Francesc Cambó y la Lliga Regionalista organizaron una campaña en pro de la «autonomía integral» para Cataluña.
[103] Sólo en el País Vasco y en Galicia hubo algunas muestras de apoyo a la autonomía catalana.
En marzo habló claramente del «fracaso de la Mancomunidad como órgano político permanente, deliberante y ejecutivo».
[137] Pero la falta de planificación y la pasividad con que respondió la principal fuerza obrera de Cataluña, la anarcosindicalista CNT, hizo que la rebelión catalana se terminara rápidamente el día 7 de octubre por la intervención del Ejército encabezado por el general Domingo Batet, cuya moderada actuación evitó que hubiera muchas más víctimas (murieron ocho soldados y treinta y ocho civiles).
Todos los órganos de la administración autonómica fueron suspendidos y sustituidos temporalmente por un gobernador militar, el coronel Francisco Jiménez Arenas.
[155] «Hemos hecho la guerra para la unificación de España», decía Ramón Serrano Suñer, número dos del régimen franquista.
También un autodenominado Rondín Antimarxista de Barcelona al mando del guardia civil Manuel Bravo Montero que actuaba como una policía paralela.
Además consideraban que la cuestión lingüística era «un excelente instrumento para desviar legítimas reivindicaciones sociales que la burguesía catalana no quiere o no puede satisfacer» y un «arma discriminatoria y como forma de orientar el paro hacia otras zonas de España».
Por su parte el senador socialista José Prat afirmó que «los catalanes sólo son importantes cuando escriben en castellano».
El Defensor del Pueblo Joaquín Ruiz Giménez mostró su «inquietud por dicha sentencia» porque podría «ser utilizada como arma contra la nación española, única e indivisible».
Lo mismo dijo el arzobispo de Barcelona Ricard Maria Carles: «se da una campaña que va más allá de la crítica y se convierte en una actitud hostil, que fomenta la hostilidad hacia la lengua catalana y Cataluña misma».
El sociólogo José Ignacio Wert, presidente de la empresa de encuestas Demoscopia, afirmó que desde el inicio del régimen democrático había ido disminuyendo la opinión favorable sobre los catalanes y que la antipatía había ido aumentando.
La participación se situó en torno al 41% del censo y ganó la opción favorable a la independencia, con 1 897 274 votos, lo que supuso el 80% de los sufragios.