Luis de Requesens

En 1547, fue una vez más designado para acompañar al Príncipe a Monzón, pero en este viaje iba ya con capa y espada.

A la llegada del Rey a sus dominios, en los que hallaba su hermana la reina de Francia, doña Leonor, entre los regalos que se prodigaron hubo una serie de fiestas y torneos entre los diferentes caballeros.

Unos momentos después le volvieron a retar, y don Luis no supo quién lo hacía, así que esta vez no levantó la caña, alcanzando en la celada al contrario, el cual fue desmontado y del golpe que recibió al caer en tierra se quedó adormecido.

Estando en Barcelona, el 12 de julio de 1551 fue a recibir al Príncipe que llegaba embarcado, al cual acompañaba el príncipe del Piamonte Manuel Filiberto de Saboya, por lo que Requesens puso a disposición del piamontés su casa, el Palau, donde este permaneció mientras estuvieron en la ciudad.

No así la madre, doña Guiomar de Estalrich, y aunque intervino el Príncipe, hubo tal disputa familiar, que Requesens prefirió dejar correr el tema, y abandonó Barcelona camino de Madrid.

En este capítulo se resolvió que el Rey entregaría cuatro galeras a ella y ésta debía mantenerlas durante tres años en perfecto estado para entrar en combate; y si todo funcionaba bien, se haría que la resolución continuase.

Por esta razón, los de la Orden le rogaron al Comendador que marchase al Sacro Imperio, donde se encontraba el Emperador Carlos y pusiera en su conocimiento lo que estaba ocurriendo.

Dado que las galeras ya habían partido y sólo una fragata quedaba dispuesta en el puerto para zarpar, a media noche se realizaron los capítulos matrimoniales y poco antes del amanecer contrajo el matrimonio.

Apenas una hora después Requesens embarcó en el buque que debía trasportarlo a Génova.

Esto le obligó a realizar un penoso camino hasta llegar de nuevo a Bruselas, en donde ya se encontraba el Rey, con el que aprovechó para tratar los temas de la Orden.

Requesens fue haciendo el camino muy lentamente, pero aun así logró llegar a Génova.

Precisamente por esta dolencia de la que era conocedor, había pedido en repetidas ocasiones al Rey su licencia, para retornar a España, y justo le llegó la autorización estando en Luca.

Asimismo le llegó la noticia esperada de que el Papa estaba enfermo, por lo que con gran discreción se encaminó hacia Roma, pero fue acercándose tan despacio que a su llegada, el cónclave ya se había cerrado para elegir al nuevo sustituto en el solio pontificio de Pío IV.

Pero no se dio por vencido y se puso a trabajar, demostrando sus grandes dotes diplomáticas al ser quien más influyó en la elección del dominico e inquisidor Antonio Michele Ghiselieri como Papa, con el nombre de Pío V, que sería a la postre el impulsor de la Santa Liga contra el Turco.

Utilizando su poder, consiguió organizar unas fuerzas navales que lograron impedir los constantes saqueos a que los hermanos Barbarroja sometían a las costas del Levante español e islas de Baleares.

Por este motivo no desembarcaron tan siquiera y reanudaron viaje el 18 de abril.

Se le encomendó la preparación de la escuadra y ejército españoles que debían unirse a la Santa Liga, siendo formada esta expedición en el puerto y ciudad de Barcelona.

Por instrucciones secretas se le comunicaba que «por sus cualidades reunían, la prudencia, buen juicio, virtudes diplomáticas, experiencia marinera en este mar y una respetada condición nobiliar».

Esta reafirmación en las recomendaciones, las cuales fijaban con toda claridad sus responsabilidades para la expedición de la Santa Liga contra los turcos, afirmaba que «todo lo que hubiera de despacharse por escrito, debía llevar la firma tanto del capitán general como la suya» y aún insistía más al decirle en esa instrucción reservada adjunta «todo lo que ordenare e hiciese debía ser de acuerdo, sin poder don Juan apartarse de él de ninguna manera y en caso de que se apartara alguna vez de su parecer, le facultaba para hacer discretamente las diligencias que creyera convenientes, para acudir a su regia autoridad, todo ello, sin demostraciones públicas y guardando la consideración que al príncipe se debía».

En la batalla de Lepanto combatió con gran vigor, y sus muy acertadas disposiciones contribuyeron enormemente al triunfo final.

Guardó, no obstante, tal discreción y tacto que quedó en un segundo plano, tanto por seguir las recomendaciones de su Rey, como por el cariño y afecto que profesaba a don Juan de Austria.

Al terminar el combate, dirigió la recuperación de todos los bajeles posibles, mandando a continuación su reparación, para con ellos comenzar una expedición contra Túnez, que se efectuó al año siguiente.

Requesens prometió a la virgen que mandaría construir un convento en Villarejo de Salvanés en su nombre si ganaban la batalla.

Pero si esta oferta de buena voluntad apenas tuvo eco en el sur, fue totalmente desoída en las provincias norteñas.

El Rey enviaba ingentes sumas de dinero (en 1574, concretamente, más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército, que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las posibilidades económicas de la Hacienda regia.

Requesens se vio forzado a buscar un acuerdo con Orange utilizando la mediación del emperador Maximiliano II.

Además, el calvinismo estaba plenamente identificado con la causa nacionalista y no podía ser dejado de lado.

Su cuerpo fue enterrado en el panteón familiar de la capilla anexa al Palau.

Retrato de Luis de Requesens y Zúñiga. Ilustración de Famiano Strada , De bello Belgico decas prima , Amberes, 1640. Grabado de Jacob Neefs . Inscripción: «Lvdovicvs Reqvsenivs, Magnvs Castillæ / commendator, gvbernator Belgy»
Retrato de Luis de Requesens y Zúñiga (grabado de 1854 por Carlos Múgica y Pérez de Historia de la Marina Real Española , en la Biblioteca Nacional de España ).
Luis de Requesens