[1] En la relación patrón/cliente «un individuo de mayor estatus (patrón) utiliza sus recursos e influencias para proveer protección o beneficios a una persona de menor estatus (cliente) quien, por su parte, recíprocamente, le ofrece apoyo general y asistencia, incluyendo los servicios personales al patrón», ha señalado Manuel Suárez Cortina.
[4] Precisamente, según José Varela Ortega, «el papel del cacique consistió en salvar la distancia que separaba a la población india de la administración colonial.
Durante la Restauración se repartió con más orden y acuerdo, ahí la diferencia.
Así mismo, las organizaciones de partido utilizaban la administración con fines partidistas igual que harán durante la Restauración».
[9] Carmelo Romero Salvador también ha advertido que el régimen político del reinado de Isabel II fue «oligárquico por ley ―que es la forma más definitoria y extrema de serlo―, como lo prueba que durante todo ese periodo estuvo vigente el sufragio censitario por el que solo los grandes propietarios, y en algunos momentos los medianos, tenían la capacidad de ser electores y elegibles.
[10] Manuel Suárez Cortina coincide con Varela Ortega y Romero Salvador cuando afirma que «las relaciones políticas clientelares ya estaban firmemente instaladas desde mediados del siglo XIX» en «la España isabelina» y añade que el Sexenio Democrático no las eliminó, periodo en el que tampoco ningún gobierno fue derrotado en las urnas.
En el mismo Costa afirmaba que en España «no hay Parlamento ni partidos, solo hay oligarquías», «una minoría sin otro interés que el personal de la misma minoría gobernante».
Esa oligarquía, cuya «plana mayor» eran los «primates» (los políticos profesionales radicados en Madrid, el centro del poder), se sustentaba en una amplia red de «caciques de primer, segundo o tercer grado diseminados por todo el territorio».
Prácticamente todos los participantes en la encuesta-debate estuvieron de acuerdo con esta conclusión y su influencia llega hasta la actualidad.
[24][25] Siguiendo esta línea interpretativa Feliciano Montero ha caracterizado al cacique como «el intermediario entre la Administración central y los ciudadanos», por lo que su influencia no se limita al periodo electoral ―aunque es entonces cuando se hace más escandalosa― sino que «es constante en la vida política del país».
[27] Así pues, la clave del sistema caciquil «estaba en el control de la administración».
[30] Durante la Restauración la letra de las leyes no se correspondía con las prácticas políticas, y menos con las electorales.
Cuando llegó el resultado de las elecciones, se lo llevaron al Casino del pueblo.
Hubo momentos en que parecía que la opinión pública iba a romper el círculo político oligárquico, como cuando se implantó el sufragio universal masculino (1890), en la crisis colonial (1898) o en la última etapa del período de la Restauración, cuando se descomponían los partidos del turno, pero todas las esperanzas quedaron defraudadas.
Sin embargo, las medidas contra el caciquismo que aplicó el nuevo régimen tuvieron una corta duración temporal: se suspendieron ayuntamientos y diputaciones, y se sometió a estas instituciones a la fiscalización de las autoridades militares de cada provincia, primero, y de delegados gubernativos enviados al efecto, después.
Ello condujo en algunas zonas a la crisis definitiva del sistema caciquil, pero en otras este método de dominación secular conservó toda su fuerza al pervivir los fuertes lazos de influencia personal que eran su garantía.