Directorio militar de Primo de Rivera

El régimen del Directorio Militar, como otros regímenes militares corporativos instaurados en Europa oriental y meridional en el periodo de entreguerras, se diferenció del fascismo —establecido en Italia tras la marcha sobre Roma de octubre de 1922— en que era un sistema de partido único pero tutelado desde el poder y en que el aparato del Estado siguió controlado por las viejas clases dominantes que solo permitían unos cambios limitados.

[1]​ Durante esta primera etapa la Dictadura cosechó dos grandes éxitos: la solución del problema de Marruecos (incluido el asunto de las responsabilidades a las que se les dio carpetazo) y el restablecimiento del orden público en Cataluña (dos cuestiones en las que había naufragado la «vieja política» de los partidos del turno).

[10]​ Después atribuyó a la jurisdicción militar los «delitos políticos» (incluidos el de ostentar banderas no nacionales o utilizar en actos oficiales lenguas no castellanas)[11]​ y buena parte de los delitos comunes como el robo a mano armada en comercios y bancos, el manejo de explosivos y los de traición y lesa majestad.

[16]​ Para estimular el alistamiento de los varones mayores de 23 años e impulsar el apoyo social a la institución se organizaron innumerables actos cívicos, todos siguiendo un mismo ritual.

[19]​ Sin embargo, el Somatén progresivamente se convirtió en «un simple adorno coreográfico de los fastos del régimen, desfilando con sus distintivos, armamento y banderas en toda fiesta o conmemoración oficial que requiriera su presencia», afirma González Calleja.

Fueron numerosos los diarios sujetos a multas o suspensiones, en especial Heraldo de Madrid, «el diario más perseguido por el régimen», y aparecieran espacios en blanco en sus páginas o rayas negras eliminando párrafos enteros.

[23]​ Además el gobierno podía trasladar a jueces y a funcionarios judiciales lo que dejó sin efecto la división de poderes y la independencia del poder judicial, con la consiguiente indefensión de las personas físicas y jurídicas frente a los actos de la Administración.

[25]​ La aplicación de este principio explica en gran medida el distinto trato que recibieron la anarcosindicalista CNT y la socialista UGT.

Ante esta presión muchas organizaciones obreras, como la Federación local barcelonesa de la CNT, optaron por pasar a la clandestinidad.

En Sevilla fueron detenidos y desterrados Pedro Vallina y varios miembros más del Comité Nacional de la CNT, que se había trasladado a esa ciudad andaluza en agosto de 1923.

Junto con el restablecimiento de la «paz social», el otro gran objetivo asignado a las nuevas autoridades militares provinciales y locales fue «regenerar» la vida pública desmantelando las redes caciquiles, una vez que la «oligarquía» de los políticos del turno ya había sido desalojada del poder —además se creó una Junta militar especial que dilucidaría las presuntas irregularidades cometidas por diputados y senadores en los últimos cinco años—.

[37]​ La reforma política a nivel local culminó con la promulgación del Estatuto Municipal de 1924, impulsado por el entonces director general de Administración Local, el antiguo maurista José Calvo Sotelo.

[2]​ Como punto de partida para construir la nueva organización política, Primo de Rivera primero pensó en La Traza, un grupúsculo barcelonés imitador del fascismo, pero tras su viaje a Italia en noviembre de 1923 se decantó por las organizaciones promovidas por la derecha católica y que darían nacimiento a la Unión Patriótica Castellana (UPC), una fuerza política que intentaba seguir los pasos del católico Partito Popolare Italiano.

Diez días después el dictador trazaba las líneas básicas de su proyecto: construir un «partido político pero que en el fondo es apolítico en el sentido corriente de la palabra», que intentaría «unir y organizar a todos los españoles de buena voluntad» e «ideas sanas» en los principios de la «Religión, Patria y Monarquía» —muy cercanos al trilema carlista Dios, Patria y Rey—.

En consecuencia la nueva organización no tendría ideología, sería incompatible con la Constitución de 1876, vigente hasta entonces, y su papel consistiría en «excitar el espíritu de ciudadanía con objeto de que las Uniones lleguen a formar una mayoría parlamentaria en la cual pueda confiar el Rey y que sea el primer paso para la normalidad constitucional».

[46]​ El 29 de abril dio instrucciones a los gobernadores civiles «para organizar las nuevas huestes ciudadanas» creando comités upetistas, muchos de los cuales fueron designados para formar los nuevos ayuntamientos según la normativa del Estatuto Municipal de 1924 recién aprobado.

[48]​ Primo de Rivera definió la Unión Patriótica como «un partido central, monárquico, templado y serenamente democrático».

Así pues, la Dictadura se decantó desde el primer momento por «un nacionalismo español autoritario y beligerante.

La censura redujo a la mínima expresión no sólo la prensa democrática y obrera, sino también las publicaciones en otras lenguas.

Esta política se vio confirmada con el ofrecimiento que hizo la Dictadura a los nacionalistas gallegos conservadores de una Mancomunidad gallega a cambio de su colaboración con la política del régimen.

Una oferta similar se hizo a los regionalistas valencianos y aragoneses.

Los gobernadores civiles quedaron encargados de nombrar a sus nuevos miembros entre profesionales liberales, mayores contribuyentes y directivos de corporaciones culturales, industriales y profesionales.

[61]​ Así se fue produciendo un distanciamiento cada vez mayor entre Cataluña y la Dictadura, aumentando progresivamente los conflictos.

Solo una semana después de su formación el Directorio militar cerró Aberri, el diario oficioso del PNV, y ordenó a la guardia civil que clausurara los batzokis y demás centros y sociedades del PNV, que quedó ilegalizado de facto.

En 1924 su organización de Guipúzcoa rechazó el separatismo y suspendió voluntariamente su actividad política, mientras que «el sindicato SOV aceptó participar en los Comités Paritarios de la Dictadura, y se alió con otros sindicatos para derrotar a la UGT».

En 1922, Franco publicó Marruecos, diario de una Bandera, donde contó su experiencia en la Legión.

Ese mismo año los medios conservadores, como el diario ABC, lo pusieran como ejemplo de «soldado», ante la campaña antimilitarista que se desató tras el «desastre de Annual».

En 1923 ocupaba la jefatura de la Legión y era ascendido a teniente coronel.

Si no hubiera habido guerra aún sería capitán, afirma el historiador Gabriel Cardona.

Pero el repliegue se hizo en muy malas condiciones climatológicas y fue aprovechado por Abd el-Krim, el líder de la autoproclamada República del Rif, para lanzar una ofensiva, por lo que la operación fue una catástrofe.

Alfonso XIII junto al general Miguel Primo de Rivera después de su nombramiento como Jefe del Gobierno y Presidente del Directorio militar
De izquierda a derecha (en negrita los generales miembros del Directorio militar y entre paréntesis el número de la región militar a la que representan; en cursiva , los cuatro generales miembros del Cuadrilátero ): el general Primo de Rivera , el rey Alfonso XIII , y el general José Cavalcanti de Alburquerque , en primera fila; el general Antonio Mayandía Gómez (5ª), el general Federico Berenguer Fusté y general Leopoldo Saro Marín , en segunda fila; el general Antonio Dabán Vallejo , el general Francisco Ruiz del Portal (7ª) y el general Luis Navarro y Alonso de Celada (3ª), en tercera fila; el general Luis Hermosa y Kith (2ª), el general Dalmiro Rodríguez Pedré (4ª), el general Adolfo Vallespinosa Vior (1ª), el general Francisco Gómez-Jordana Sousa (6ª), y el general Mario Muslera y Planes (8ª), en última fila.
Desembarco de Alhucemas , septiembre de 1925