[5] Ya sea por su calidad, su originalidad, o por ciertos rasgos formales y temáticos, dichas obras han trascendido en la historia, arte y cultura occidentales, sin perder vigencia ni quedar obsoletos.
En las obras literarias no solo incluye la literatura artística o de ficción en todos sus géneros (poesía, teatro, novela —o épica, dramática y lírica—), sino los ensayos o tratados de cualquier disciplina (religión, filosofía, ciencias[16] —sociales, naturales o formales—) que se consideren de importancia trascendental.
Los dos pilares del canon literario occidental, que han suministrado la mayoría de sus tópicos culturales, son fundamentalmente los poemas homéricos y la Biblia,[17] sobre los que se apoyan los demás autores: un abundante número de clásicos grecolatinos (Hesiodo, Safo, Anacreonte, Píndaro, Esopo, Platón, Aristóteles, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Heródoto, Tucídides, Hipócrates, Euclides, Arquímedes, Plauto, Terencio, Cicerón, César, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Tito Livio, Estrabón, Plinio, Séneca, Marcial, Tácito, Plutarco, Apuleyo, Ptolomeo, Galeno),[18] algunos de entre los principales teólogos y místicos cristianos (Agustín, Aquino, Kempis),[19] una selecta tríada de italianos bajomedievales (Dante, Petrarca y Boccaccio)[20] y un grupo más heterogéneo y discutible de autores del renacimiento, el barroco y la ilustración (italianos, franceses, españoles, portugueses, neerlandeses —flamencos y holandeses—, ingleses, alemanes, suizos, polacos, suecos, etc. —muchos de ellos no tuvieron una nacionalidad marcada, o tuvieron varias—, escribiendo unos en latín, otros en lenguas vernáculas, muchos en ambas: Maquiavelo, Castiglione, Ariosto, Tasso, Vasari, Calvino, Ronsard, Rabelais, Montaigne, Rojas, Vives, Las Casas, Vitoria, Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Camoens, Erasmo, Vesalio, Moro, Lutero, Melanchton, Agrícola, Paracelso, Copérnico —siglo XVI—, Campanella, Galileo, Molière, Corneille, Racine, La Fontaine, Descartes, Pascal, Bayle, Bossuet, Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Calderón, Gracián, Arminio, Jansenio, Grocio, Spinoza, Huygens, Shakespeare, Bacon, Hobbes, Bunyan, Milton, Newton, Locke, Kepler, Leibniz —siglo XVII—, Vico, Goldoni, Beccaria, Montesquieu, Voltaire, Diderot, D'Alembert, Beaumarchais, Buffon, Lagrange, Lavoisier, Laplace, Berkeley, Hume, Pope, Swift, Defoe, Burke, Gibbon, Smith, Malthus, Winckelmann, Kant, Lessing, Goethe, Schiller, Rousseau, Euler, Linneo —siglo XVIII—),[21] mientras que para los siglos XIX y XX el consenso es mucho más difícil, dada la extraordinaria abundancia de producción literaria que se incorpora a la tradición occidental, ya no limitada a Europa occidental, sino extendida a la oriental (especialmente a los autores rusos)[22] y a todos los continentes extraeuropeos (coincidiendo con los procesos históricos expansivos de la Edad Contemporánea, como la revolución industrial, el imperialismo y la globalización); y sobre todo a causa de la cercanía, que hace inevitablemente polémica cualquier selección.
Desde una postura identificada con el perennialismo educativo (filosofía perenne), por el contrario, las creaciones humanas más sublimes deben tener validez universal.
Ha habido un constante e intenso debate político acerca de la naturaleza y el estatus del canon al menos desde los años 60.
Para la cultura española, especialmente para la literatura en castellano, se han realizado recopilaciones y corpus semejantes a los elaborados por las instituciones culturales anglosajonas.
Desde finales del siglo XX ha sido notable la aportación de las últimas generaciones de la crítica filológica, representada por Fernando Lázaro Carreter, José Manuel Blecua Perdices, Francisco Rico o José Carlos Mainer.
[40] No es de extrañar que el desafío a un canon exterminador se convierta en objetivo del movimiento por los derechos civiles.
La pregunta clave para señalar unas obras en lugar de otras debería ser, entonces, en qué medida han servido al desarrollo humano, en su sentido más amplio, abierto e integrador: imaginación, invención y fantasía, profundidad y trascendencia mística, testimonio personal y compromiso social frente a la mera vanagloria del poder, el dinero, la etnia, la clase o el género dominantes.
Sólo decían [sic, por debían] citarse cinco, sin incluir a los de lectura obvia, como La Biblia, la Odisea o El Quijote.
La lista es discutible, por supuesto, como todas las listas, y ofrece tema para hablar muchas horas, pero mis razones son simples y sinceras: si sólo hubiera leído esos cinco libros —además de los obvios, desde luego—, con ellos me habría bastado para escribir lo que he escrito.