Su madre organizaba una tertulia de «serviles», donde se defendían los valores del Antiguo Régimen.
Faber, le adoptó legalmente en 1806, para que llevase su apellido, cambiando también el de la autora y sus hermanos.
Sin embargo su madre no logró adaptarse a Alemania y se desvelan las primeras desavenencias conyugales.
Tras la invasión de los "Cien mil hijos de san Luis" (1823) se trasladaron a vivir al Puerto por las simpatías liberales del marqués; pasaban asimismo mucho tiempo en una finca que el marqués poseía en Dos Hermanas, "La Palma", donde quedó impresionada por el folclore andaluz y empezó a recoger coplas, cuentecillos y refranes.
En marzo de 1836, Cecilia viaja a Inglaterra con su hermana; durante su estancia en Londres se encuentra con un joven aristócrata inglés, Federico Cuthbert, al que había conocido en España y con quien mantiene un idilio secreto.
[7] Su marido enfermó de tisis y los graves problemas económicos hicieron que él se suicidara en 1859.
[9] Mantuvo una abundantísima correspondencia; en su siglo solo la supera el epistolario de Juan Valera.
Estas novelas tenían un carácter eminentemente didáctico, preconizando una férrea moral y alabando la vida pobre pero honrada del pueblo andaluz.
[4] Según subraya Xavier Andreu Miralles,[14] Fernán Caballero asumió también un nuevo modelo de feminidad, inspirado en las tradiciones del catolicismo hispano, «que no pasa por un mero retorno al Antiguo Régimen, a una mujer religiosa sometida al marido, recluida en su casa y apartada del mundo, bien al contrario se adapta a las nuevas realidades de la mujer doméstica introducidas en Europa tras las revoluciones liberales».
En sus planteamientos está presente la influencia de autores del catolicismo postrevolucionario como Jaime Balmes o, incluso, Juan Donoso Cortés.
Escritores posteriores como Antonio de Trueba, Luis Coloma o Benito Pérez Galdós reconocieron sus aportaciones.
Su personaje principal, Marisalada, es el prototipo de mujer española pasional, independiente y egoísta que terminará viviendo una mísera vida.
La moraleja es clara, ya que había renunciado a su femineidad al ser orgullosa y mala esposa.
En ella plantea su ideal de mujer española: modesta, virtuosa y que, instruida, sepa controlar sus pasiones.
[18] Esta instrucción estaría acompañada de la lectura, que le parecía fundamental a la autora, como demuestra al incluir cuentos para niños enteros en sus novelas.
En su universo existe una evidente confrontación entre lo noble que surge de lo más profundo del pueblo español y lo que viene a enturbiarlo, ya sea extranjero y sus modas o el incipiente capitalismo.
Para no sufrir el desdén a su autoría por ser mujer, se ocultará tras un seudónimo masculino.