Recibió también fuerte influencia del filósofo italiano Giambattista Vico, introduciendo su estudio en lengua española.
En Francia entra en contacto con publicaciones y movimientos católicos, determinando su evolución hacia una actitud más ligada a la defensa del régimen tradicional.
Mediante este paralelismo explica la creación de instituciones como la policía y el mayor control que los gobiernos ejercen sobre los ciudadanos.
Muestra aquí como en otras partes de su obra su pesimismo, pues no cree que la tendencia vaya a invertirse en un futuro, y que la religiosidad venza al proceso secularizador de la modernidad, aumentando así, según él, el despotismo y la tiranía.
Entre la dictadura de una aristocracia que pueda conservar sin convulsiones la sociedad y evitar la revolución, y la dictadura de los revolucionarios que imponga el liberalismo.
Donoso compara estos dos grandes sistemas que se erigen en su siglo con el catolicismo, hilando su discurso a través de los distintos dogmas cristianos y viendo cómo plantean sus soluciones alternativas a la teología católica.
Donoso Cortés plantea que el socialismo es más coherente y consecuente que el liberalismo, pues desarrolla y lleva a este hasta sus consecuencias últimas, convirtiéndose en una especie de teología, en sus palabras, "satánica".
Convencido de que el liberalismo político y el parlamentarismo eran nefastos para las sociedades, temía, sin embargo, que el liberalismo daría paso irremediablemente al socialismo, y escribió al respecto lo siguiente en una carta a un amigo en 1851: Célebre es también su Carta al cardenal Fornari sobre el principio generador de los más graves errores de nuestros días, de 1852, donde sostiene la tesis de que las sociedades modernas, al apartar a Dios y a la religión católica para secularizarse, producen lo que para él son grandes errores metafísicos.
Entre esos errores modernos hay afirmaciones y negaciones complementarias: está la creencia en que la naturaleza humana no está caída y es íntegra, que no hay pecado original; la fe en la razón y su soberanía para hallar e inventar la verdad, frente a lo limitado del entendimiento; la rectitud de la voluntad humana a la hora de obrar, creyéndose el hombre infalible, frente a la voluntad torcida e inclinada al pecado que necesita de la gracia.