[3] De hecho, el ideario herderiano, recogido por los hermanos Schlegel y aplicado a la literatura, será más tarde incorporado a la estética krausista por Francisco Giner de los Ríos quien mostrará su rechazo por la estética neoclásica francesa y defenderá la tradición española en la Literatura.
Respecto a la libertad política, algunos la entendieron como una mera restauración de los valores ideológicos, patrióticos y religiosos que habían deseado suprimir los racionalistas del siglo XVIII.
Por otro lado, otros románticos, como ciudadanos libres, combaten todo orden establecido, en religión, arte y política.
El Romanticismo abarca la primera mitad del siglo XIX, que es una etapa de fuertes tensiones políticas.
El pensamiento católico tradicional se defiende frente a las nuevas ideas de los librepensadores y seguidores del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause.
Lleva una vida disipada, plagada de lances y aventuras, por lo que Teresa Mancha lo abandona en 1838.
Este último, pese a escribir solo en castellano, fue uno de los precursores del movimiento romántico en Cataluña.
Durante el Romanticismo hay un gran deseo de ficción literaria, de novela, en contacto con las aventuras y el misterio, sin embargo, la producción española es escasa, limitándose en ocasiones a traducir novelas extranjeras.
La novela histórica se desarrolla a imitación de Walter Scott, cuya obra más representativa es Ivanhoe.
Los autores más representativos son Juan Donoso Cortés (1809-1853) y Jaime Balmes Urpía (1810-1848): Durante los años 1820 y 1870, se desarrolla en España la literatura costumbrista, que se manifiesta en el llamado cuadro de costumbres, un artículo en prosa de poca extensión.
Publicó diversas poesías y una novela histórica, Cristianos y moriscos, aunque su obra más famosa es el conjunto de cuadros de costumbres Escenas andaluzas (1848), con cuadros como El bolero, La feria de Mairena, Un baile en Triana, Los Filósofos del figón... A lo largo del convulso siglo XIX el papel del periódico es decisivo.
La prensa española, siempre con la vista puesta en la del país vecino, va a copiar la iniciativa enseguida; sin embargo, su época de mayor auge en España será entre 1845 y 1855.
Mesonero Romanos, su amigo, habla de "su innata mordacidad, que tan pocas simpatías le acarreaba".
En pleno éxito como escritor, a los veintiocho años de edad, Larra se suicidó con un disparo en la cabeza, al parecer, por una mujer con quien mantenía amores ilícitos.
Sin embargo aquellas obras atraían fuera de España, precisamente por no sujetarse al ideal que defendían los neoclásicos.
En Malta conoció a un crítico inglés, que le hizo valorar el teatro clásico y lo convirtió al Romanticismo.
Vivió en Francia durante su destierro, y regresó a España diez años más tarde, en 1834.
Inició su carrera literaria leyendo unos versos en el entierro de Larra, con los que ganó gran fama.
Contrajo matrimonio con una viuda dieciséis años mayor que él, pero fracasó y, huyendo de ella, marcha a Francia y después a México en 1855, donde el emperador Maximiliano lo nombró director del Teatro Nacional.
Volvió a casarse y, con constantes penurias monetarias, no tuvo más remedio que malvender sus obras, como Don Juan Tenorio.
Su poesía alcanza el cenit con Leyendas, que son pequeños dramas contados como narraciones en verso.
Las más importantes de sus leyendas son Margarita la Tornera y A buen juez, mejor testigo.
Sus contemporáneos le apodaron "Rosita la pastelera", aunque hubiese padecido cárcel, destierro y atentados en su lucha por la ansiada libertad.
Al estallar la "Gloriosa", se unió a los revolucionarios, con un himno contra los Borbones que obtuvo una gran popularidad.
En la poesía la forma pierde parte de su interés para centrar su atención a lo emotivo que puede poseer el poema.
Se enamoró fervientemente de Elisa Guillén, quien le correspondió, aunque rompieron pronto, con un gran pesar en el poeta.
Su fallecimiento pasó casi inadvertido y sus restos fueron enterrados, junto a los de su hermano, en Sevilla.
Se trasladó a Madrid, donde conoció al historiador gallego Manuel Murguía, con quien contrajo matrimonio.
Viven en diversos lugares de Castilla, pero Rosalía, que no sentía simpatía por la región, consigue la instalación definitiva en Galicia.
Sus primeros libros, La flor (1857) y A mi madre (1863) poseen rasgos característicos del romanticismo, con versos esproncedianos.