La obra de Schmitt ha atraído la atención de numerosos filósofos y teóricos políticos, tales como Giorgio Agamben, Ernst-Wolfgang Böckenförde, Helmuth Plessner, Hannah Arendt, Walter Benjamin, Susan Buck-Morss, Jacques Derrida, Jürgen Habermas, Jaime Guzmán, Ernesto Laclau, Dalmacio Negro, Álvaro d'Ors, Montserrat Herrero, Reinhart Koselleck, Friedrich Hayek,[4] Chantal Mouffe, Antonio Negri, Leo Strauss, Adrian Vermeule[5] y Slavoj Žižek, entre otros.
Según la Stanford Encyclopedia of Philosophy, "Schmitt fue un agudo observador y analista de las debilidades del constitucionalismo liberal y del cosmopolitismo liberal, pero no cabe duda de que su cura preferida resultó ser infinitamente peor que la enfermedad".
Militó en el Partido Nacionalsocialista y ejerció diversos cargos bajo el régimen nazi entre 1933 y 1936, pero las amenazas de las SS, que le consideraban un advenedizo, le apartaron del primer plano de la vida pública.
Su hija se casó con un español, y eso le llevó a frecuentar España, realizando diversos seminarios, en lugares como la Universidad de Santiago o el Centro de Estudios Constitucionales.
Si en Alemania había caído en cierto ostracismo por su apoyo al nazismo, tal alineamiento no le supuso ningún problema en la Dictadura de Francisco Franco, pues los nazis apoyaron a Francisco Franco con algunas tropas de la Legión Cóndor y armamento durante la Guerra civil española.
El Estado ya no es el portador del monopolio político, pues se ha visto reducido en importancia a tan solo una «asociación» más y que no se encuentra por encima de la sociedad.
En la época actual, el Estado se encuentra entremezclado con la sociedad, al punto que lo político no admite ser definido a partir de lo estatal.
Por eso, para llegar a una definición de lo político se requiere el descubrimiento y la fijación de una distinción específica a la cual sea posible referir las acciones y los motivos políticos.
El enemigo político es un conjunto de hombres que combate, al menos virtualmente, o sea sobre una posibilidad real, y que se contrapone a otro agrupamiento humano del mismo género.
Por el contrario es la acclamatio, la elección a viva voz y en masa, la que le resulta compatible con su idea de democracia.
En este sentido, la autoridad del soberano radica en su capacidad de decisión en situaciones particulares y relevantes.
El autor enfatiza en que la decisión soberana no siempre se encuentra supervisada por una entidad superior que asegure la democracia, pues de ser así perdería su cualidad fundamental de soberanía y autoridad política en momentos críticos.
[14]Tanto para Bodino como para Smith, la soberanía y el poder son componentes característicos del Estado ligados a la capacidad del Estado de generar decisiones en torno a cómo abordar el ordenamiento social, responsable de la seguridad pública.
Smith considera que un hecho excepcional a aquel hecho “que no está previsto en el orden jurídico vigente, puede a lo sumo ser calificado como caso de extrema necesidad, de peligro para la existencia del Estado”.
Jacques Derrida menciona a Schmitt explícitamente en su obra Política de la amistad (1994), donde estudia cómo la decisión soberana, importante para Schmitt, demanda la existencia de una estructura que él mismo llama como indecible.
[18] Jürgen Habermas, otro gran crítico de Schmitt presenta perspectivas contrarias sobre la soberanía y legitimidad jurídica.
En esta misma línea, percibe al decisionismo[20](soberano) schmittiano como una amenaza para la democracia, pues subordina la legalidad y los procedimientos normativos de un Estado al acto de decisión soberana.
[22] Dicho ello, Habermas considera que los postulados de Schmitt derivan en un autoritarismo en el que el poder se justifica por sí mismo, ignorando todo tipo de acuerdo, participación social e inclusive a la capacidad del sistema jurídico para regular todas las decisiones políticas incluso en situaciones de crisis.