Este carácter abierto ofrece al autor una gran libertad para integrar personajes, introducir historias cruzadas o subordinadas unas a otras, presentar hechos en un orden distinto a aquel en el que se produjeron o incluir en el relato textos de distinta naturaleza: cartas, documentos administrativos, leyendas, poemas, etc.
Las características que permiten diferenciar una novela de otro género literario son las siguientes: Aquí radica la diferencia con el cuento y el relato.
En los siglos XIV y XV surgieron los primeros romances en prosa: largas narraciones sobre los mismos temas caballerescos, solo que evitando el verso rimado.
Todo el siglo estuvo dominado por el subgénero de la novela pastoril, que situaba el asunto amoroso en un entorno bucólico.
[3] Las Novelas ejemplares de Cervantes son originales, no siguen modelos italianos, y frente a la crítica al Quijote, que se decía que no enseñaba nada, pretendían ofrecer un comportamiento moral, una alternativa a los modelos heroico y satírico.
Para probarlo, ponían nombres ficticios a sus personajes y contaban las historias como si fueran novelas.
Se quiso superar este género mediante el regreso al «romance», según lo entendieron autores como François Fénelon, famoso por su obra Telémaco (1699/1700).
En el centro, la novela había crecido, con historias que no eran heroicas ni predominantemente satíricas, sino realistas, cortas y estimulantes con sus ejemplos de conductas humanas.
En el mismo mercado aparecieron historias privadas, creando un género diferente de amor personal y batallas públicas sobre reputaciones perdidas.
Sin embargo, el diseño de página recordaba demasiado al "romance nuevo" con el que Fénelon se había hecho famoso.
Y ciertamente, tal como se entendía el término en aquella época, esta obra es cualquier cosa menos una novela.
Crusoe no invita realmente a la risa (aunque los lectores con gusto sabrán, por supuesto, entender como humor sus proclamas acerca de ser un hombre real).
No es el autor real, sino el fingido el que es serio, la vida le ha arrastrado a las más románticas aventuras: ha caído en las garras de los piratas y sobrevivido durante años en una isla desierta.
No se puede culpar a los lectores que la leyeron como un romance, tan lleno está el texto de pura imaginación.
Cambió el diseño de las portadas: las nuevas novelas no pretendieron vender ficciones al tiempo que amenazaban con revelar secretos reales.
Mayor realismo tiene la obra de Henry Fielding, que es influido tanto por Don Quijote como por la picaresca española.
Como resultado, el mercado se dividió en un campo inferior de ficción popular y una producción literaria crítica.
Necesitó al final su propio tipo de periodismo escandaloso, que se desarrolló hasta convertirse en la prensa amarilla.
La novela sentimental se manifiesta en Alemania con Las cuitas del joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe (1774).
En esta época también se hizo popular Bernardin de Saint-Pierre, con su novela Pablo y Virginia (1787), que narra el amor desgraciado entre dos adolescentes en una isla tropical.
Desde comienzos del siglo XVII la novela había sido un género realista contrario al romance y su desmesurada fantasía.
En Estados Unidos, cultivó este tipo de novela Fenimore Cooper, siendo su obra más conocida El último mohicano.
También la obra novelística de Fiódor Dostoyevski como, por ejemplo, la novela Los hermanos Karamázov puede por ciertos aspectos ser relacionada con este movimiento.
Hacia finales del siglo XIX, numerosas novelas buscaban desarrollar un análisis psicológico de sus personajes.
La intriga, las descripciones de lugares y, en menor medida, el estudio social, pasaron a un segundo plano.
La entrada del modernismo y el humanismo en la filosofía occidental, así como la conmoción causada por dos guerras mundiales consecutivas provocaron un cambio radical en la novela.
Es por esto que la novela de principios del siglo XX se ve dominada por la angustia y la duda.
Otros autores existencialistas notables son Albert Camus, cuyo estilo minimalista le sitúa en un contraste directo con Sartre, Knut Hamsun, Louis-Ferdinand Céline, Dino Buzzati, Cesare Pavese y la novela absurdista de Boris Vian.
[5] El boom se relaciona en particular con el argentino Julio Cortázar, el mexicano Carlos Fuentes, el colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa.
Según Ángel Rama y otros estudiosos, aunque estos escritores representan comercialmente el boom en sí mismo, autores anteriores —como el argentino Jorge Luis Borges, el uruguayo Juan Carlos Onetti o el mexicano Juan Rulfo— habían emprendido una renovación de la escritura literaria en la primera mitad del siglo XX.