Las victorias españolas en Italia frente a los poderosos ejércitos franceses tuvieron lugar cuando todavía no se había completado el proceso.
Carlos V ofreció la plaza a los caballeros de Malta, pero éstos rechazaron la oferta, al resultar demasiado gravoso mantenerla.
Se intentó entonces arribar a la costa de Flandes por vía marítima desde los puertos gallegos y cántabros, pero la derrota naval en la batalla de las Dunas (muchos historiadores dan por más grave esta derrota terrestre y naval que sufrieron los españoles, donde el mariscal francés Turenne tuvo el apoyo de la flota inglesa del dictador Cromwell) que sentenció definitivamente el eje vital que permitía al Imperio avituallar sus efectivos en Flandes.
Era imposible sufragar una renovación de técnicas y armamento porque el déficit, que tragaba todo el oro y casi toda la plata que cada vez costaba más extraer de las colonias americanas españolas (se iba agotando), resultaba simplemente demoledor.
[17] Para mantener dicho ejército, se tuvo que enviar a los Países Bajos 32.000 hombres entre 1666 y 1694.
Aunque Castilla, por demografía y tradición militar, siguió siendo la base principal para los tercios de infantería española, el esfuerzo bélico se implantó también en territorios que habían sido menos usados, como Asturias, Galicia,[19] Canarias o Cataluña.
El ejército del duque de Alba en Flandes, en su totalidad, lo componían 5.000 españoles, 6.000 alemanes y 4.000 italianos.
Había muchos toques, entre los básicos marchar, parar, recoger (dar la retirada), responder (al fuego enemigo), etc.
A este soldado, que podía ser en ocasiones un criado del alférez, también se le llamaba abanderado.
El sargento puede castigar a aquellos que no cumplan estos servicios, y si requiriese de la fuerza podría usar la gineta, una alabarda especial que solo la llevaban los sargentos, tratando de solo herir y no mancar al soldado castigado.
Las picas secas llevaban como armas defensivas una celada o morrión y una gola, a la que le podían sumar un peto de acero.
[26] Su número era elevando en los tercios, aunque no se prescindió de las picas, consideradas necesarias para la defensa.
Los españoles conservaron la hegemonía militar durante el siglo XVI y gran parte del XVII, aunque sus enemigos se inspiraron en sus mismas técnicas para hacerles frente.
Durante los trayectos, las tropas acostumbraban a viajar siempre en columna, pero luego combatían agrupadas en bloques geométricos.
Todos los movimientos se realizaban en absoluto silencio, de modo que sólo en el momento del choque estaba permitido gritar «¡Santiago!» o «¡España!».
[10] La doctrina de la época establecía oponer picas a caballos,[44] enfrentar la arcabucería a los piqueros y lanzar caballería sobre los arcabuceros enemigos, ya que éstos, una vez efectuado el primer disparo, eran muy vulnerables hasta que cargaban otra vez el arma.
[44] Durante los primeros disparos, para que las bajas no dejasen demasiados huecos en el escuadrón de picas, los soldados adelantaban su puesto cuando el anterior quedaba vacío, lo que permitía seguir dando una imagen compacta donde toda la compañía se apoyaba en un solo bloque.
El escuadrón de picas tenía cuatro formaciones: el escuadrón cuadrado (mismo frente que fondo); prolongado (tres cuadrados unidos), con la variante de media luna o cornuto, en que las alas se curvaban para proteger el centro; en cuña o triangular, que adquiría forma de tenaza o sierra cuando se unía a otros por la base; y en rombo.
Incluso si era necesario retirarse, se procuraba llevar a cabo el repliegue con sumo secreto, con un escuadrón de seguridad cubriendo siempre la retaguardia.
Por ejemplo, los españoles no consentían que se los castigase golpeándolos con las manos o una vara, como en otros ejércitos, ya que lo consideraban indigno, y preferían recibir el castigo con armas como la espada, pese a lo peligroso de ello, por considerarlo más noble.
Y que los oficiales debieran tratarlos con cuidado, aunque resultaba muy provechoso utilizar su propio orgullo para sujetarlos.
Pero la logística de la época sencillamente no podía sostener un gran ejército sin que estos buscasen alimentos en la zona.
Estos capellanes asistirían a los soldados administrándoles sacramentos tales como la comunión, la confesión o la extrema unción, y asimismo, podrían predicarles e inculcarles la doctrina católica, pero no existen pruebas de que los soldados tuvieran una práctica religiosa más o menos intensa que otros estamentos sociales.
La ropa habitual consistía en unas calzas, una camisa y un jubón, acompañadas de una gorra, bonete o sombrero.
Había aproximadamente un médico o cirujano por cada 2200 soldados, aunque los heridos podían llegar a ser tantos que desbordaran la capacidad de estos.
El botín estaba prohibido cuando una ciudad pactaba voluntariamente una rendición antes de que los sitiadores instalaran la artillería, pero si esto no se producía, la plaza quedaba entonces a merced del vencedor.
Pronto no quedó más tierra firme que el montecillo de Empel, donde se refugiaron los soldados del Tercio.
En ese momento crítico, un soldado del tercio que estaba cavando una trinchera tropezó con un objeto de madera allí enterrado.
Los españoles, marchando sobre el hielo, atacaron por sorpresa a la escuadra enemiga al amanecer del día 8 de diciembre y obtuvieron una victoria tan completa que el almirante Hollock llegó a decir: «Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro».
Otras expresiones directamente relacionadas con las guerras de Flandes y los Tercios han marcado profundamente la lengua española.