Arcabuz

Aunque el empleo del arcabuz estaba difundido antes de la invención del mosquete (su evolución), fue contemporáneo y rival en uso de esa segunda arma, la cual le desplazó lentamente, desapareciendo casi por completo en el siglo XVIII.

Esto se debió principalmente al hecho de que la arcabucería resultó ser extremadamente útil contra la caballería y los soldados de infantería, especialmente cuando piqueros y arcabuceros batallaban conjuntamente.

Sin embargo, también debían conocerse sus características, como que el arcabuz era sensible a la lluvia y al clima húmedo.

En 1522 los españoles, con esta arma, destrozaron a los famosos cuadros de piqueros suizos en Bicoca.

Después le llegó el turno a los caballeros con armadura medievales franceses en Nápoles, durante la batalla de Pavía (1525), que fueron fácilmente vencidos por los arcabuceros.

Fue después de esta batalla donde el arcabuz mostró sin lugar a dudas su eficacia, por lo que su empleo se propagó rápidamente entre los ejércitos europeos.

La aparición de nuevas tecnologías militares dio lugar a que cambiaran también las justificaciones y reglamentaciones jurídico-políticas de los conflictos bélicos, lo que tuvo a su vez grandes consecuencias económicas, geopolíticas, sociales e intelectuales.

Cabe señalar que en el Renacimiento, a la hora de entablar batalla, las armas no eran ya «consideradas por su simbolismo, como era habitual en los tratados medievales de caballería, sino por su eficacia técnica y táctica».

[4]​ Así, al ser introducidos el cañón y el arcabuz tanto en los asedios como en las batallas a campo abierto, los ejércitos europeos tuvieron que abandonar gran parte de sus creencias con respecto al arte de la guerra y el simbolismo que sobre este reposaba si no querían poner en riesgo sus campañas militares.

Su fracaso, sin embargo, fue absoluto: se resquebrajó al segundo día del sitio, y a los cuatro o cinco días era ya completamente inservible».

Así, Cervantes, en su contar las penurias e inclemencias que sufre el soldado al ser blanco de tanta arcabucería, dice lo siguiente: Esa «diabólica invención», «maldita máquina» a la que alude Cervantes es el arcabuz, que junto a los cañones, formó parte indispensable de la artillería usada en los asedios y en las batallas a campo abierto, siendo estas últimas en las que demostró su preeminencia sobre la caballería y el arco al cosechar importantes victorias.

En total, el arcabuz llegaba a pesar entre unos cuatro y cinco kg.

La munición del arcabuz consistía en la pólvora y la pelota, la bala propiamente dicha.

Las balas debían estar hechas de tal manera que entrasen holgadamente en el cañón del arcabuz.

Para accionar el mecanismo de mecha se llevaba una cuerda formada de lino o cáñamo, rebozada con agua y salitre, para que, cuando prendiera, diera más fuerza en la explosión.

En ejércitos tan importantes como los tercios españoles, el calibre del arcabuz tenía que ser igual para todos los soldados, con el único objetivo de que pudieran intercambiarse la munición los compañeros.

Arcabuz en un museo.
Arquebuz disparado desde un soporte de horquilla. Dibujo de 1876.
Arcabuz alemán.
Figurantes ataviados como arcabuceros castellanos de 1521.