Este diseño eliminaba la necesidad de acercar manualmente una mecha encendida a la cazoleta del arma, facilitando el tener ambas manos libres para sostener el arma al momento de disparar y, lo más importante, mantener la vista sobre el blanco.
La llamarada de esta viajaba a través del oído y encendía la carga propulsora en el cañón.
Al soltar la palanca o gatillo, la serpentina accionada por muelle se movería en sentido contrario para dejar libre la cazoleta.
El característico olor de la mecha ardiendo también delataba al tirador (esto fue empleado como recurso narrativo por Akira Kurosawa en la película Los siete samurais).
[7] La introducción del arcabuz en Japón, donde se le conocía como tanegashima, fue a través de los portugueses en 1543.
En unos cuantos años, el empleo en combate del tanegashima cambió para siempre la forma de hacer la guerra en Japón.
Hay evidencia que los arcabuces pueden haber sido empleados por algunos pueblos del Imperio etíope a fines de la Edad Media.
Aunque se importaron fusiles modernos en Etiopía durante el siglo XIX, historiadores británicos contemporáneos observaron que los arcabuces eran empleados junto a hondas tanto por los ancianos como por las tropas de los Ras locales.