En otras épocas solía supeditarse a ella el curso de las operaciones, como sucedió en los siglos XVII, XVIII y XIX, en los que predominó la llamada guerra de posiciones.
En la actualidad, el fin primordial de la guerra es la destrucción inmediata del enemigo.
Así, para sacar el mejor rendimiento de una numerosa y buena artillería convendrá un terreno abierto que ofrezca a su acción extenso campo de tiro.
Esta extensión es consecuencia, primero, del aumento de los efectivos, y segundo, al hacer muy sangriento y difícil el ataque de frente, obliga a extender este para desbordar el del adversario y atacarlo de flanco, o impedir que lo haga él.
Este se ve precisado a delegar esta misión en los jefes divisionarios, dejándoles al mismo tiempo amplia iniciativa, dentro del plan general, y se limita a armonizar los esfuerzos de todos para la consecución del fin propuesto, absteniéndose de intervenir directamente hasta el momento decisivo, cuya apreciación pasa por el contacto con los jefes de las unidades superiores y de recibir detallada información del curso del combate por todos los medios de que dispone.