Su mala situación, sin embargo, no impidió a los franceses creer que la victoria sería fácil.
Los franceses cañonearon y se estableció un combate desordenado entre ambas caballerías de resultado dudoso.
Una vez más se reveló la capacidad de los arcabuceros españoles, por aquel entonces los mejor armados y entrenados del continente.
Egmont atacó con la caballería sobre el centro francés, estando el propio conde a la cabeza de sus jinetes.
A su vez, barcos vizcaínos e ingleses bombardearon la retaguardia francesa, causándole numerosas bajas.