Ante las protestas del pueblo, el virrey prometió en varias ocasiones quitar la gabela, pero la promesa se fue dilatando indefinidamente.
Este roce con los poderes fácticos acabó tiranizando a Masaniello, al tiempo que el pueblo se cansaba ya de sus crueldades.
Tras la muerte de Masaniello, la revuelta adoptó un carácter separatista apoyada por la Francia del cardenal Mazarino, cuyos bajeles y galeones se acercaban a Nápoles.
Su misión fundamental sería averiguar el estado y disposición de las armas navales francesas.
Por fin, el pueblo eligió cuatro representantes para que establecieran negociaciones con Juan José, los cuales le expusieron las peticiones de la ciudad que se resumían en los siguientes cuatro puntos: Don Juan se mostró dispuesto a hacer concesiones siempre y cuando el pueblo manifestara su buena voluntad.
El conde de Oñate concedió un indulto a todos los presos que no fueran franceses.
El conde de Oñate recibió las oportunas órdenes para preparar todo aquello que considerase conveniente.
A partir de entonces su vida se vería jalonada por una presencia constante en importantes acontecimientos político-militares.
Los intentos franceses por romper el cerco fracasaban una y otra vez, por ser frustrados por los asediadores, por lo que la ciudad moría víctima del hambre.
Por último, con referencia a la otra institución de gobierno en Cataluña, la Diputación, la primera insaculación controlada por Madrid tuvo lugar en 1654, en la que don Juan dictó las instrucciones pertinentes.
En la campaña de 1655 los franceses continuaron llevando la iniciativa, aunque los españoles demostraron mayor capacidad ofensiva.
Felipe IV accedió a enviarle dicho poder,[20] lo que proporcionó, de momento, un respiro.
La principal ventaja con la que se contaba, en cambio, era la mala comunicación del enemigo, cuyas fuerzas estaban comandadas por los mariscales Turenne y De la Ferté.
Al amanecer, el ejército del mariscal De la Ferté estaba desmantelado y este hecho prisionero.
En septiembre regresó de nuevo a Francia sin haberse conseguido acuerdo alguno, y quedando rotas las conversaciones.
[24] Los franceses, capitaneados por Turenne, pusieron cerco a Dunkerque, contando con la colaboración inglesa que se centró, fundamentalmente, en el bloqueo de la plaza por mar.
Esta villa, gobernada por el marqués de Leiden, se encontraba en unas condiciones lamentables pues los refuerzos, continuamente solicitados, nunca llegaban, por lo que estaba bastante desguarnecida.
Pronto se inició la fortificación del puesto, sin embargo los enemigos no estaban dispuestos a dejarles concluir su labor.
La máxima fuerza hispana estaba cifrada en la caballería, cuya actuación resultaba muy impropia en el terreno de las Dunas.
Pero, de no haber acudido a socorrer la plaza, esta habría caído igualmente, dada su mala situación en hombres y víveres.
La estrategia propuesta ahora por el bastardo consistía en tratar de dificultar al máximo a los enemigos sus posibles y futuros objetivos.
Los franceses entregaron este importante puerto del norte a los ingleses, tal y como habían acordado en sus tratados de alianza.
La situación no podía ser más crítica: si caía Ypres, quedaban en una posición muy delicada Nieuwpoort y Ostende, cruciales para la comunicación por mar.
La situación en Flandes había llegado a extremos insostenibles, así las cosas don Juan se mostró partidario de buscar una rápida salida.
Posteriormente, Ocrato también cayó, pero esta vez sí que hubo de recurrir a las armas para ello.
Este último era la verdadera alma del ejército y quien más colaboró en introducir la disciplina en las fuerzas portuguesas.
En torno a la villa se habían creado nuevas fortificaciones, aprovechando la situación geográfica, las cuales albergaban una guarnición formada por 8000 infantes y 2000 caballos, dirigidos por don Sancho Manuel, conde de Villaflor y por el conde Schomberg, nuevo general de los extranjeros.
El bastardo decidió entonces marchar hacia Estremoz con la intención de buscar una victoria definitiva contra los portugueses.
Aun así, podría no haber perdido la confianza de su padre, si la reina Mariana, madre del enfermo Infante Carlos, único hijo legítimo superviviente del rey, no hubiera considerado al bastardo con desconfianza y desagrado.
Fue, además, el primero entre los políticos españoles que se dio cuenta del poder de la naciente prensa escrita y la impulsó sufragando revistas dirigidas por personas allegadas a él, aunque también sufrió las mordaces críticas de pasquines y libelos.