[1] Estos elementos conformaron lo que se conoce como «cocina criolla chilena», la cual destaca por sus variados sabores, ingredientes y colores,[4] resultado de la diversidad geográfica del país,[3][5] acompañada de bebidas alcohólicas como el pisco y el vino chilenos.
Estos ingredientes base se mezclaron y, así, dieron origen a los platos más típicos de Chile.
El primer plato lo llamaban «de residencia», el cual podía ser ave, carne o pescado.
Al principio de la colonia comenzaron a ser muy conocidos la chuchoca, las humitas, el locro y el pilco.
También en la colonia nace la afición a las algas marinas, como el cochayuyo y el luche, que se servían acompañados de huevos duros.
Los productos regionales dotaron a los cocineros criollos de apetitosas curiosidades: Combarbalá aportó sus tortas; La Serena, el pavo mechado; Chanco, sus quesos, y Chiloé, su curanto.
En los días de fiesta, el menú variaba: carbonada, carne asada al palo, cazuela, chupe, empanadas, guatitas, mote, pescado frito y sopaipillas.
Llegaron entonces al país el café y el té, que dejaron en segundo plano la costumbre de beber mate.
Los vinos nacionales adquirieron fama y el pueblo chileno se aficionó a la chicha de uva.
Al iniciarse la época portaliana, la gastronomía ensayada en tiempos de la colonia es ya asimilada por el pueblo.
En bebida, ganó popularidad el ulpo, junto a la gloriada o cordial, agua caliente con azúcar quemada.
Durante el siglo XX, la cocina chilena desarrolló fuertemente el gran aporte de la gastronomía francesa recibida a finales del siglo XIX, que se manifestó en variados chupes, guisos, pucheros y postres, preparaciones recopiladas por varias autoras del país.
[21][22] La herencia culinaria criolla fue trasmitida de generación en generación mediante recetas guardadas en cuadernos o tarjetas, que permanecieron por años como un secreto de las diferentes familias, hasta el momento en que alguien las recopilaba en tomos y las publicaba.
A mediados del siglo XIX, se comenzaron a redactar en las imprentas las viejas recetas de las monjas y las familias, que se convertirían en la base de textos que compilaron la gastronomía nacional con el pasar del tiempo.
[23] La historia señala que, en la mitad del mismo siglo XIX, cuando se publicaron los primeros tomos de importantes recetas culinarias, aparecieron en Santiago y Valparaíso varios libros de recetas —destacando Ciencia gastronómica.
En 1943 Eugenio Pereira Salas publicó Apuntes para la historia de la Cocina Chilena, que trató sobre la conformación de la gastronomía nacional dividida en capítulos: Los comienzos de la cocina hispano-aborigen; la abundancia barroca criolla; el ilustrado y goloso siglo XVIII; la cocina en la Patria Vieja y en la Patria Nueva; las postrimerías del siglo XIX y la «belle époque» gastronómica.
Un producto en que la cocina chilena ha sabido sacarle el máximo partido y utilizarlo en múltiples platos, es el maíz, o choclo como se le conoce en Chile.
Entre otros productos están la albacora, el atún, el bacalao, la corvina, el lenguado, la merluza, el mero, la palometa, el pulpo, la raya y el cochayuyo.
Referente a los mariscos destaca en esta zona la extracción y el consumo del camarón de tierra.
Esta región ha tenido una gran influencia de la cocina mapuche, que aportó productos como el maíz, el merquén, las papas, los porotos, los zapallos, y también la gallina mapuche o kollongka —que pudiera ser la única gallina sudamericana precolombina— que da huevos con tonalidades celestes y verdes.
Es importante destacar la influencia de la colonización alemana, que se llevó a cabo en algunas zonas del sur de Chile durante el siglo XIX, y su cocina que se ha mezclado con materiales típicos de la zona, creando, lo que muchos gourmets han denominado, «maravillosa combinación» entre la comida alemana y mapuche.
Un postre representativo del verano, por nombrar uno solo, es mote con huesillo que se fabrica con duraznos secos, un postre representativo del invierno, por nombrar uno, suele ser las sopaipillas pasadas, que se humedecen en un caldo dulce de chancaca.
Las religiosas imitaban, con almendras y pastas, desde los más delicados dulces hasta frutas naturales, servicios de mesa, vasos e incluso servilletas.
[33] La repostería propiamente tal, suele consumirse en las llamadas «once», la última merienda del día, que se acerca más a la hora del té inglés que a la costumbre de cenar.
Los postres más consumidos son el arroz con leche con y sin pasas, pero siempre con canela o zeste de naranja, el flan, la jalea, la leche asada, la sémola con leche, las manzanas asadas, el turrón de vino, la chirimoya alegre y las peras con salsa obispo, que es una salsa a base de vino.
Existe un gran variedad de dulces muy típicos chilenos que representan distintas zonas y costumbres del país.
[cita requerida] En Chile, las bebidas tradicionales son la chicha, el pisco chileno[43] y el vino.
La cerveza negra (tipo Schwarzbier, Porter o Stout) es conocida como «malta» en el país.
Empero, a partir del siglo XIX aumentó el consumo del té, costumbre que evidencia la influencia británica que recibió Chile, especialmente en dicho siglo;[48] desde entonces, el té ha reemplazado al mate, que antes era la bebida caliente más consumida por los chilenos,[47] y su consumo se ha restringido a las zonas rurales, más comúnmente en las regiones sureñas y australes de Chile.
[53] Asimismo, en la lista The World's 50 Best Restaurants de 2017, publicada por la revista Restaurant, cuatro restoranes chilenos figuraron entre los cincuenta mejores de América Latina: Restaurante 040 (38.º), Ambrosía (33.º), 99 (14.º) y Boragó (5.º);[54] este último, además, fue elegido el 42.º entre los cincuenta mejores del mundo.