Por si ello no fuera bastante, queda aún vinculado a su persona el hecho del planteamiento de la unidad monárquica hispánica».
Fue el segundo de siete hermanos: Alfonso, Enrique, Sancho, Leonor, María y Pedro.
[15] Sin embargo, sus intereses seguirían centrados en Castilla, pues, como ha destacado Jaume Vicens Vives, «castellano hasta la médula» «se quedó anclado en Castilla como si pesara sobre sus hombros el sacro legado testamentario de su padre».
Según un cronista castellano, «en esta solemnidad non se acaesció ningún hombre de estado del reino de Navarra, aunque se facía dentro del reino, e hobieron tiempo para venir.
Diz que se ficiera a sabiendas, porque según sus fueros e costumbres, no le habían de alzar por rey fasta que primeramente jurase los privilegios del reino en cierto lugar, e en cierta forma».
Como ha señalado José María Lacarra, «los juristas navarros no desaprovechaban la ocasión de puntualizar bien los derechos que asistían a cada uno de los monarcas y su distinta relación con los súbditos».
[29] Pocos meses después, el 21 de junio, el rey Juan II ordenaba a los infantes Juan y Enrique que abandonaran la corte: al primero para que se dirigiera a la frontera con el Reino nazarí de Granada; al segundo para que volviera al Reino de Navarra, pues «non era honra de ningún rey, que otro rey alguno, por muy cercano e debdo que fuese, ficiese morada nin estoviese en otro reino».
El 29 de mayo tomaba Portillo, un lugar bajo el señorío del conde de Castro, y más tarde ocupaba Medina del Campo, Olmedo y Cuéllar.
[32] Lo mismo sucedió poco después con las posesiones del infante Enrique, que junto con las de Juan, fueron repartidas entre la alta nobleza castellana.
Estos términos tan duros fueron aceptados por Juan y por su hermano el rey de Aragón, debido a su inferioridad militar.
[40] En enero de 1450 Juan de Navarra que se encontraba en Zaragoza para presidir las Cortes del Reino de Aragón —había sido nombrado lugarteniente del reino por su hermano el rey Alfonso el Magnánimo que continuaba en Nápoles— se marchó rápidamente para el reino de Navarra, pues según narró Jerónimo Zurita, «le convenía tornar presto a Navarra por la dissensión que se començó a mover por los estados de aquel reyno, deseando la una parcialidad del que el príncipe Carlos tomasse a su mano la gobernación y la possessión del reyno, como legítimo sucesor a quien pertenecía de derecho».
[42] Esto provocó un fuerte descontento en Navarra, que llevó a la guerra civil en 1451.
Decidida a que su hijo fuera el futuro rey de Aragón, mostró toda su aversión hacia Carlos, que fue declarado por su padre, junto a su hermana Blanca, como «inhábiles e indignos de la sucesión (...)» para ostentar el gobierno.
En 1454, Juan II, fue nombrado por su hermano Alfonso V lugarteniente de Aragón y Cataluña, mientras este gobernaba el reino desde el sur de Italia y Sicilia.
[45] Sin embargo, la reconciliación era solo superficial pues Carlos de Viana al no haber sido reconocida su «primogenitura» entró en contacto con el rey de Castilla Enrique IV para concertar una alianza con él mediante el matrimonio con su hermana la infanta Isabel, que entonces contaba con nueve años de edad.
En la misma tuvo un papel determinante la reina Juana Enríquez quien le mostró al rey dos supuestas cartas incriminatorias de Carlos que Juan II no pudo comprobar que eran ciertamente suyas pues en aquel momento estaba casi completamente ciego ―contaba con 62 años de edad y padecía de cataratas, que años más tarde le curaría un cirujano judío ―.
El 19 de febrero la Diputación del General culminaba el golpe al proclamarse poder supremo de Cataluña y ordenar a todos los oficiales reales que le obedecieran.
[58] La claudicación quedará rubricada cuatro meses después con la firma de la Capitulación de Vilafranca[59] en la que, según Carme Batlle, «la oligarquía instauraba un sistema constitucional: el rey no podía entrar en Cataluña sin permiso de la Diputación del General y el príncipe se convertía en su lugarteniente aquí, con todo el poder ejecutivo en sus manos».
[68] Ante el clima cada vez más hostil que se encontró en una Barcelona dominada por la Biga y temiendo por la seguridad de su hijo,[63] la reina Juana Enríquez decidió partir para Gerona a donde llegó hacia 15 de marzo.
[71] La escalada antijuanista en Barcelona culminó el 19 y el 21 de mayo cuando seis destacados buscaires fueron ejecutados al haber sido condenados sumariamente por encabezar una supuesta conjura realista.
Previamente en el mes de agosto el Consell del Principat había tomado una decisión de enorme trascendencia: deponer al rey Juan II, a su esposa y a su hijo.
Las tropas realistas entonces se dirigieron a Villafranca del Panadés que ocuparon y saquearon el 9 de octubre tras fuertes combates y después a Tarragona que fue ocupada el 31, convirtiéndose a partir de entonces en «una importante base de operaciones militares y políticas realistas».
Pedro Portugal lo calificó como «traidor, ladrón y perjuro», mientras que Juan II lo recibió con los brazos abiertos, se reconcilió con él y firmó en Tarragona el 22 de noviembre la paz con los beaumonteses que ponía fin a la guerra civil de Navarra.
[102][94] Tras la muerte del Condestable, Juan II hizo una oferta de paz del mismo tenor que la que acababa de hacer a Tortosa, pero el ofrecimiento fue rechazado por las instituciones barcelonesas, dominadas por el sector revolucionario más radical[97] que esperaba la ayuda del reino de Francia.
Por eso el 30 de julio acordaron ofrecer la corona a Renato de Anjou y este aceptó solo cuando Luis XI le hizo saber en secreto que contaba con su apoyo.
El príncipe heredero Fernando logró escapar milagrosamente y junto a su padre Juan II regresó a Tarragona en la escuadra que lo había traído el mes anterior.
En la sesión de apertura que tuvo lugar el 10 de abril de 1470 el rey pronunció un memorable discurso que conmovió tanto a los representantes catalanes (juanistas), aragoneses y valencianos que Juan II tuvo pocas dificultades para obtener importantes donativos.
Según Jaume Vicens Vives, fue «uno de los más hábiles discursos que jamás ha pronunciado un político».
Los festejos por el fin de la guerra se prolongaron durante los dos días siguientes, «olvidando por unas horas, la riqueza perdida, la industria arruinada, las víctimas sacrificadas, los odios creados…», concluye Vicens Vives.
[131] Sin embargo en junio del año siguiente, las tropas de Luis XI, incumpliendo el tratado de Perpiñán, cruzaron la frontera y se adentraron en el Rosellón.