Creció en una residencia completamente regida por castellanos, en donde vivió hasta el momento de su matrimonio, lo cual era inusual para una infanta destinada a casarse con un príncipe extranjero.
Su padre murió cuando ella tenía cuatro años, dejando la corona a su hermano Juan II, haciéndola heredera presunta nuevamente.
Madre e hija estuvieron muy unidas y mantuvieron una frecuente correspondencia tras del matrimonio de la infanta.
[1] El compromiso entre María y Alfonso no fue formalizado hasta que ella cumplió los siete años de edad, aunque fue reconfirmado por el rey Enrique III en sus últimas voluntades y testamento.
La ceremonia fue oficiada por el antipapa Benedicto XIII, el cual también otorga la dispensa matrimonial para el enlace.
[1] María tenía una salud delicada, posiblemente padecía de epilepsia.
Un brote de viruela la dejó con cicatrices permanentes y sin atractivo.
El divorcio no era una opción y la pareja permaneció unida solo por conveniencia.