El nuevo rey Enrique IV se atuvo a lo establecido en la Concordia de Valladolid y mantuvo la paz con don Juan.
También consiguió que don Juan paralizara el proceso que había iniciado contra su hijo, todo ello a la espera del fallo arbitral del Magnánimo, pero este nunca llegó a producirse pues don Alfonso falleció el 27 de junio de 1458.
Los castillos y plazas fuertes pasarían a ser gobernados por nobles aragoneses o catalanes, no navarros.
Del reconocimiento de la «primogenitura» aragonesa ―«que [en la Corona de Aragón] era un cargo público y no un derecho natural derivado del primer nacimiento, aunque uno y otro solían ir vinculados»―[16] nada se decía en la Concordia, aunque Jaume Vicens Vives advierte que «no cabía desde luego buscarla en un texto referente exclusivamente al reino Navarro».
Jaume Vicens Vives rechaza esta razón alegando que no existe ninguna prueba documental de ello y lo achaca a un problema político más que a un tema familiar.
Reconocerlo como primogénito suponía otorgarle «plenas funciones de gobierno a una persona cuya discrepancia mental con el soberano ―por las razones espirituales y políticas que sean― era tan evidente como para hacer imposible toda tarea mancomunada».
«El príncipe quedó, pues, totalmente desarmado frente a su padre, y por tanto sin fuerza para poder hacer valer unos derechos que éste le negaba insistentemente», concluye José María Lacarra.
Sin embargo, la reconciliación era solo superficial pues Carlos de Viana al no haber sido reconocida su primogenitura entró en contacto con el rey de Castilla Enrique IV para concertar una alianza con él mediante el matrimonio con su hermana la infanta Isabel, que entonces contaba con nueve años de edad.
[23] Los contactos con los emisarios del rey castellano y lo que se decía en el entorno de Carlos de Viana llegó a conocimiento del rey Juan II.