Este edificio marca la época dorada del Rosellón y sobre todo, de Perpiñán, cuando esta ciudad fue capital del Reino de Mallorca.
En consecuencia, el palacio de los Reyes de Mallorca perdió su preponderancia y se convirtió en una residencia secundaria que solo albergaba a los soberanos aragoneses cuando venían a Perpiñán.
Tras algunos periodos de ocupación francesa repetida en el siglo XV, las guerras francoespañolas hicieron del palacio el centro del dispositivo defensivo de Perpiñán, convirtiéndose así en una ciudadela.
Tras el Tratado de los Pirineos y su consecuente anexión francesa en 1659, el constructor francés Vauban reforzó el sistema defensivo añadiendo fortificaciones en el exterior e interior del recinto de Felipe II.
La sala grande, sede del poder político, la capilla y la residencia real están reunidas.