El ejército polaco no estaba listo para esta táctica y desplegó toda su fuerza a lo largo del frente, sin profundidad suficiente en sus líneas.
Cuando los tanques alemanes cruzaron las líneas por distintos puntos del frente, no atacaron a las fuerzas polacas, sino que las rodearon cortando su retaguardia, dejándolas aisladas.
Los reemplazos fueron oficiales más competentes pero que habían sido relegados en la Gran Purga por no pertenecer al Partido Bolchevique o a la facción liderada por Stalin.
Para empeorar la situación, Gran Bretaña envió fuerzas a Creta y Lemnos, mientras que la RAF entregó soporte aéreo.
Como no quería empezar la guerra con la Unión Soviética con tropas aliadas al sur del frente oriental, Alemania acudió en ayuda de Italia.
El 25 de abril se lanzaron sobre Creta paracaidistas que lograron capturar la isla, si bien a un alto costo.
Además en 1937, Stalin, sucumbiendo a las técnicas de desinformación del contraespionaje alemán, aceptó que el mariscal Mijaíl Tujachevski estaba cooperando con la Alemania nazi.
Además, al caer la Unión Soviética, el Reino Unido quedaría completamente aislado en Europa y se vería obligado a firmar un armisticio.
[49][50] Durante casi dos años, la frontera estuvo tranquila mientras Alemania conquistaba Dinamarca, Noruega, Francia, los Países Bajos y los Balcanes.
En esas condiciones cualquier otra nación habría solicitado la rendición, ya que la guerra parecía perdida para los soviéticos.
Sin embargo, el Alto Mando alemán estaba confiado, ya que según sus cálculos los soviéticos contaban con 60 divisiones, aunque en realidad pasaban de 200.
Al mismo tiempo, el 2.º Ejército Panzer fracasó en su intento de tomar Tula, la única población que se interponía entre ellos y la capital soviética.
Un contraataque soviético organizado por Zhúkov dejó mal parados a los alemanes, y por primera vez los generales de los tres grupos sugirieron una retirada.
Al parecer Hitler ignoraba las cifras reales y las dimensiones bélicas enemigas, hechos que se revelaron sobre sus mapas durante la ofensiva de 1942.
Las penurias impuestas tanto por la guerra como por las condiciones ambientales sobrepasaron en muchas oportunidades la capacidad de sufrimiento del ser humano.
Hitler emitiría la siguiente directiva Kommissar Befehl, que era la orden de asesinar a todos los comisarios políticos prisioneros capturados, sin previo juicio y sumariamente.
Los nacionalistas ucranianos y de los países bálticos acogieron al principio a los alemanes como libertadores del yugo soviético.
En cambio Stalin hizo resucitar todos los viejos mitos patrióticos y nacionalistas, superados por la revolución, para impulsar la resistencia popular.
El 23 de noviembre, esa pinza se cerró, dejando atrapados a trescientos mil soldados del Reich.
Con esta situación en el frente, Hitler vio la oportunidad perfecta para emprender una ofensiva que le permitiría a Alemania retomar la iniciativa en la guerra.
Por la tarde Junkers Ju 87 Stuka bombardearon en las líneas del norte, a la vez que se iniciaba el ataque de artillería.
Después de que en una semana los alemanes hubieran avanzado solamente 10 kilómetros, los soviéticos lanzaron un ataque contra el 2.º Ejército en Orel.
De esta manera, quedó cada vez más claro que la situación alemana en Ucrania era insostenible, sin embargo, Hitler se negó a ordenar una retirada general.
Los alemanes, por su parte, habían estado retirando tropas de Bielorrusia, ya que esperaban un ataque más al sur, frente a Leópolis.
El propio Carl Gustaf Mannerheim les había advertido tiempo atrás que si los alemanes eran expulsados de Estonia, Finlandia negociaría la paz.
Varios personajes importantes del gobierno nazi hicieron lo mismo, incluyendo Joseph Goebbels y su esposa, que antes envenenaron a sus seis hijos.
Países como Rumanía, Bulgaria y Eslovaquia cambiaron de bando cuando la Unión Soviética se acercó a sus fronteras.
Noruega y Dinamarca son desocupadas por los alemanes, aunque una provincia sureña danesa se une a Alemania de nuevo en un referendo.
La Cancillería del Reich fue demolida en una ceremonia en la que estuvo presente sir Winston Churchill, este luego manifestó haber visto varios alemanes llorando.
Pero si alguien merecía esa distinción no era Eisenhower, sino Zhúkov, Vasilevski, Kónev o, quizá el propio Stalin.