Pertenece a la familia Krasnov, antigua y tradicional dinastía cosaca que tiene sus orígenes desde la formación misma del Estado de Rusia en el siglo XIV.
Piotr Krasnov creció y estudió en San Petersburgo; la educación básica recibió en su domicilio.
Entre 1899 y 1900, se desempeñó como comandante de sotnia (escuadrón cosaco, compuesta por cien hombres) en su regimiento.
En el año 1902 fue enviado en comisión de servicio a Transcaucasia con la misma misión, específicamente en la frontera con Turquía y Persia.
Ya tres meses después por su destacable participación en combates es ascendido al grado de general-mayor.
Despreciando los valores liberales de Aleksandr Kérenski, Piotr Nikoláyevich Krasnov participa en la contrarrevolución liderada por el atamán cosaco Lavr Kornílov.
El intento de Krasnov y Kérenski de tomar por asalto a la ciudad de Petrogrado se frustra - Aleksandr Kérenski se da a la fuga y abandona el país; Piotr Krasnov fue apresado por los bolcheviques, pero debido a las presiones ejercidas por las comunidades cosacas, posteriormente fue dejado en libertad.
Poco más tarde, sin contar con el apoyo y a la vez ignorando las órdenes del general Antón Denikin, inicia la lucha armada abierta en contra de los bolcheviques.
Los numerosos partidos políticos de la época se esforzaban por llegar al poder y dominar lo que quedaba del Imperio ruso.
Finalmente terminaron siendo brutalmente aplastados (1921), ya que los líderes rusos mencheviques y del Ejército Blanco compuesto fundamentalmente por los monárquicos rusos, se opusieron ferozmente a cualquier indicio de movimiento independentista.
[1] Cuando los nazis comenzaron con la invasión de la Unión Soviética, Krasnov, que había tomado el camino del exilio luego de la derrota del Ejército Blanco contra los bolcheviques, ya llevaba veinte años en el exilio escribiendo obras literarias, traducidas posteriormente a 20 idiomas.
Para ese entonces ya era un hombre viejo, un anciano, pero esto no le impidió volver a la lucha.
Al parecer, Krasnov negoció con los ingleses que se rendirían con una sola condición: no ser entregados a los soviéticos.
Los británicos incumplieron su promesa, cumpliendo los pactos secretos de Yalta entre Churchill y Stalin.