El idioma francés por sí mismo, se puede considerar como una forma moderna del latín vulgar.
No obstante, hay que esperar a comienzos del siglo XI para encontrar una producción literaria sistemática escrita en francés medieval.
La lírica que crearon los trovadores obedecía más bien a un nuevo ideal de vida cortesana.
Es obra de trovadores cortesanos, poetas que componen verso y música en un estilo cuidado; utilizan el occitano.
El autor más celebrado fue Chrétien de Troyes, con sus obras dedicadas a Perceval y Lancelot.
Francia también conoció un florecimiento de su literatura vernácula en el siglo XVI, con una gran evolución muy recreativa.
La monarquía absoluta impone reglas precisas en literatura, siendo trascendental, a este respecto, la creación de la Academia Francesa para la Lengua y la Gramática, por Richelieu en 1635.
Todos los escritores se sometían a unas mismas reglas, derivadas de Aristóteles y Horacio.
No se trata de una literatura popular, sino que el público era la corte y la aristocracia.
La marquesa de Sévigné (1626- 1696) escribió cartas a su hija que en 1725 fueron publicadas con el nombre de Lettres y llegarían a ser consideradas un género literario en sí mismo, pues era costumbre en esa época leer las cartas en común en los salones.
Los géneros se separaban, debía respetarse la regla de las tres unidades y, además, cumplir una función moral.
Corneille tiene un estilo más bien retórico, centrándose en los conflictos que se producen dentro del alma de los personajes, en obras como El Cid o Cinna.
Así, en su obra filosófica Discurso del método, Descartes resulta un modelo de claridad expresiva.
Dado que la Europa del siglo XVII está dominada por las controversias religiosas, la literatura de controversia también se cultivó, sobresaliendo en Francia la figura de Bossuet, obispo que atacó el protestantismo e interpretó la historia en sentido providencialista (Discurso sobre la Historia Universal).
Se trataba más bien de intelectuales que reflexionaban sobre la reforma social mediante medidas prácticas, y no sobre la metafísica.
Utilizaban los diversos géneros literarios para expresar estas ideas de reforma social y política.
Voltaire, como Diderot, recurrió también al teatro, exponiendo sus ideas a través de tragedias clásicas.
La obra del ginebrino Jean-Jacques Rousseau se articula en torno a varios ejes: social, político, educativo y personal, las obras de este último grupo (como Las confesiones) anticipando el sentimentalismo romántico.
Otros movimientos nacidos en las últimas décadas del siglo, como el parnasianismo y el simbolismo, prefiguran la literatura del siglo XX, al igual que unos cuantos poetas, novelistas y dramaturgos en cuya creación literaria se solapan varias corrientes o que se mantienen al margen de los movimientos predominantes.
Se manifiesta en la literatura ya en época napoleónica, con Madame de Stael y Chateaubriand (Genio del cristianismo).
Al año siguiente se publicaría la que posiblemente sea su obra más conocida: la novela Notre Dame de París.
Sus figuras más conocidas son Leconte de Lisle y también Théophile Gautier sin que renunciara a sus ideales románticos.
Los últimos representantes de esta escuela pertenecen al siglo XX: Paul Claudel (1868- 1955) y Maurice Maeterlinck (1862- 1949), principal exponente del teatro simbolista.
La importante producción dramatúrgica de los poetas y novelistas románticos renueva no solo el lenguaje teatral sino también sus componentes formales.
Al margen del teatro romántico, el vaudeville goza de una gran popularidad con autores como Eugène Labiche y Georges Feydeau.
A finales del siglo, aparecen autores teatrales originales que no se inscriben dentro de un género específico.
Los movimientos literarios de mayor importancia fueron: Sin embargo, la inmensa mayoría de los autores del siglo XX en Francia se caracterizan por no pertenecer a ningún movimiento definido ni a ninguna escuela, una tendencia que será más marcada según avanza el siglo.
Movimientos conscientes de renacimiento idiomático en el siglo XIX, tales como Félibrige en la Provenza, junto a una alfabetización más amplia y prensas regionales, permitieron un nuevo florecimiento de la producción literaria en el idioma normando y otros.
La literatura bretona desde los años 1920 ha sido animada, a pesar del decreciente número de hablantes.
En 1925, Roparz Hemon fundó el periódico Gwalarn que durante 19 años intentó elevar el idioma al mismo nivel que los otros grandes idiomas "internacionales" creando obras originales en todos los géneros y proponiendo traducciones bretonas de obras extranjeras reconocidas internacionalmente.