[3][4] Su vida y obra han sido objeto de numerosos estudios históricos.
En una búsqueda de la verdad que toma como modelo los métodos científicos, Émile Zola acumula observaciones directas y documentación sobre cada tema.
lo que le valió un juicio por difamación y el exilio en Londres ese mismo año.
Su madre, completamente indigente, se hace cargo del huérfano junto a su abuela, permaneciendo cerca de su hijo hasta su muerte en 1880.
También está influenciado por autores contemporáneos, como Jules Michelet, fuente de sus inspiraciones científicas y médicas.
Como no quiso seguir siendo una carga para su madre, abandonó los estudios con el fin de buscar trabajo.
Estos fracasos marcaron profundamente al joven que se desesperó por haber decepcionado a su madre.
Las novelas, sin embargo, fueron elaboradas con imaginación, pese a los datos que había buscado previamente.
[11] Desde 1897, Zola se implicó en el caso Dreyfus, un militar francés, de origen judío, culpado falsamente por espía.
El novelista intervino en el debate dada la campaña antisemita, y apoyó la causa de los judíos franceses.
Escribió varios artículos, donde figura la frase «la verdad está en camino y nadie la detendrá» (12-1897).
Agobiado por la agitación que causó su proceso, Zola se exilió en Londres, donde vivió en secreto.
Pero Alfred Dreyfus fue condenado, con atenuantes, y Zola le escribió nada más llegar.
Muchos observadores se van dando cuenta de la complicidad entre el mundo político y el militar.
[13] Zola fue enviado a prisión inmediatamente la misma tarde del veredicto, antes de que éste le fuera notificado oficialmente y se hiciera ejecutable.
La primera fue la gruesa serie de Las tres ciudades, trilogía compuesta por Lourdes (1894), Roma (1896), París (1898).
La segunda fue la tetralogía que denominó Los cuatro evangelios, formada por Fecundidad (1899), Trabajo (1901), Verdad (1903)[10] y la inconclusa Justicia.
En un artículo largo y famoso, un escritor tan distinto, Henry James, que llegó a conocerlo, señaló el carácter mecánico y poco enérgico de esas últimas obras, pero hacía el siguiente balance global: «Nuestro autor era verdaderamente grande para tratar asuntos que le eran apropiados.
No fue un honor fácil de alcanzar ni es probable que su nombre lo pierda en poco tiempo».
El Nobel de Literatura Anatole France proclamó un discurso que terminaba así: «No lo compadezcamos por haber padecido; envidiémoslo.
Erigido sobre el cúmulo de ultrajes que la estupidez, la ignorancia y la maldad hayan jamás provocado.
Envidiémoslo, su destino y su corazón le concedieron la mayor recompensa: ha sido un momento de la conciencia humana».