Carlomagno, como representante de Roma, pretendía hacer un renacimiento del arte romano y su cultura en Occidente.
El Palacio de Carlomagno en Aquisgrán (Renania del Norte-Westfalia) contenía pinturas murales que narran guerras en España.
Hubo otros escritorios en esta época, como los de Tréveris, Colonia (que destacaba por el brillante uso del color), Corvey, Hildesheim (Renania-Palatinado), Fulda, Ratisbona o Tegernsee (Baviera).
Empiezan a conocerse nombres individuales de grandes artistas, emarcados en el estilo gótico internacional.
Schongauer (1448-1491) desarrolló un estilo más individual, caracterizado por las líneas curvas y delicadas, creando imágenes manieristas, a veces recargadas, que fueron copiadas por artistas posteriores.
Pero las dos figuras que sobresalen del resto, de fama internacional, son Alberto Durero y Hans Holbein el Joven.
Frente a la riqueza y diversidad de la pintura del siglo anterior, en el siglo XVII la pintura alemana tuvo mucha menor importancia, sin duda por las circunstancias históricas, con una Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que devastó el territorio alemán, reduciendo su población en un 30%.
Esta pintura decorativa fue introducida en el ámbito centroeuropeo gracias a la obra de artistas extranjeros, como Andrea Pozzo que trabajó en Viena y cuyos frescos ilusionistas influyeron fuertemente en el arte barroco de Viena, con seguidores por Hungría, Bohemia, Moravia y Polonia.
Con el tiempo, la mayor parte de los nazarenos regresaron a Alemania, integrándose en las instituciones académicas, desempeñando cargos oficiales y realizando grandes obras murales.
En su época, los nazarenos tuvieron mucha mayor relevancia y aceptación que estos Heimatkünstler o «pintores de la tierra»; actualmente, sin embargo, están considerablemente revalorizados.
Conoció auge la ilustración de cuentos, destacando Ludwig Richter y el ya mencionado von Schwind.
Así solo a un pintor alemán se considera verdaderamente impresionista: Max Liebermann, dibujante y grabador.
Para entonces, ya había surgido el expresionismo, en torno al año 1910, si bien hay antecedentes como los retratos pintados por Paula Modersohn-Becker (†1907).
Aunque tuvo un gran auge en este país, no pueden ignorarse las trascendentales aportaciones de pintores extranjeros como Edvard Munch o Vasili Kandinski.
Hay un primer expresionismo derivado claramente del fovismo, otro que se acerca al cubismo o el futurismo.
Formó parte durante un tiempo del grupo Die Brücke («El puente», 1905-1913) por Erich Heckel, Ernst Ludwig Kirchner, Karl Schmidt-Rottluff y Fritz Bleyl.
Formaron parte de él dos jóvenes pintores fallecidos en la Primera Guerra Mundial: August Macke († 1914) y Franz Marc († 1916).
Más tarde, algunos artistas que estuvieron en la órbita del Blau Reiter ingresaron en la Bauhaus (Lyonel Feininger, Klee y Oskar Schlemmer).
El primero, partiendo de que tras la brutalidad de la guerra, nada tenía un significado o valor propio, y el arte menos que nada, llevaba a defender lo irreal, lo absurdo, lo ridículo o lo chocante, sería la vía del dadaísmo.
Sus figuras más destacadas fueron George Grosz, antiguo dadaísta, y Otto Dix, quienes pintaron cuadros de gran brutalidad.
[3] A Ernst Wilhelm Nay (1902-1968), orientado en los años treinta hacia el surrealismo, se le prohibió igualmente exponer.
Este grupo se creó en Múnich en julio de 1949, al principio bajo el nombre Gruppe der Ungegenständlichen.
Está representado, en primer lugar, por dos emigrados, Wols (Alfred Otto Wolfgang Schulze, 1913-1951), que siguió la línea marcada por Klee y Hans Hartung (1904-1989) a mediados de los cincuenta.
Richard Oelze (1900-1980), que en los años treinta se puso en contacto en París con los surrealistas, supone una reacción dominada por la fantasía.
La creatividad de estos artistas cinéticos se desplegó sobre todo en objetos e instalaciones en los que la luz es el elemento predominante.
Como reacción frente al arte conceptual, lo figurativo renació con fuerza a finales de los setenta con el neoexpresionismo, que pretendía expresar intensamente sentimientos individuales, a veces de forma agresiva, o caricaturesca, lo que les valió ser llamados también «nuevos fauves» (Neue Wilde o Junge Wilde).
Los artistas ya no son solo pintores o escultores, sino que se da el fenómeno multimedia.
Una generación de videoartistas posteriores a Wolf Vostell y Nam June Paik está representada por Ulrike Rosenbach (n. 1949), Klaus vom Bruch (n. 1952), Marcel Odenbach (n. 1953), e Ingo Gunther (n. 1957).
Martin Kippenberger (1953-1997), que empezó como uno de los «nuevos salvajes» neoexpresionistas y con un anti-arte relacionado con el movimiento fluxus, no se ha ceñido solo al campo de la pintura ni tampoco a un único estilo; hay en su obra algo provocador al modo dadaísta.
Albert Oehlen (n. 1954) creó en 1984 «cuadros-espejo» para integrar de forma irónica al espectador en la obra, como una parodia del expresionismo abstracto.